Anatomía de un animal salvaje

Entre las piedras de la vida, las que se pisan y las que se cargan, es posible percibir el aleteo fugaz, el pelaje irregular, el rugido de un animal salvaje. Queda a discreción de cada uno qué hendija revisar.

Un hombre, digámosle Fulano, dentro de su desgracia de verse obligado a trabajar tiene la casi irrisoria fortuna de hacerlo de ocho a cinco y evitar, en su viaje, la hora pico. Apoyado contra la pared del último vagón, se percata de que él es el único que observa a todos sin que nadie siquiera lo mire; sensación extraña de poder en la que se siente un demiurgo que todo lo ve y por ende todo lo sabe. Fulano los observa e incluso aventura conjeturas sobre aquellos que, con la mirada perdida, parecen preguntarse en qué punto de sus vidas se equivocaron para terminar en el lugar donde están ahora.

En este blasfemo ensueño soberano se encontraba Fulano cuando, fulminado, lo apuñaló una frase de Borges: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”.

Pasa el tiempo y lo anterior parece casi un accidente aislado. Una noche cualquiera (aparentemente cualquiera) Fulano se dirige a la cama y para su sorpresa descubre que le falta la almohada. Vive solo y por eso la situación raya lo sobrenatural. La busca durante un tiempo prudente (casi hasta que se agota la lógica) y termina por encontrarla en un rincón imposible de su habitación. Se duerme imaginando que su almohada fue raptada por unos seres que, con la férrea intención de quitarle a la gente la posibilidad del descanso, se dedican a robarlas. Antes de rendirse por completo al sueño, como si fuera a la vez autor y crítico, Fulano interpreta también su historia; comprende que esos seres no son sino los anhelos que se atesoran en lo profundo del alma y que al desoírlos vienen a torturarnos durante la noche (o, en otras palabras, a “quitarnos la almohada”).

En un baño ajeno Fulano descubre que el gancho para colgar la toalla tiene forma de llave. Fulano ya es un hombre maduro, pero en un desliz que nunca le contará a nadie trata de girar esa llave para ver si una pícara casualidad cambia el rumbo de su destino.

Entrada la madrugada, caminando por una calle solitaria, Fulano ve correr a un hombre a toda velocidad muy elegantemente vestido. En el brazo derecho lleva una mochila; en su rostro, la desesperación. El hombre no aparenta ser ladrón de mochilas y tampoco parece estar siendo perseguido. Fulano comprende entonces que la historia de ese hombre termina de una sola manera, y la escribe en el acto: 

Golpeó la puerta con determinación y esperó a que le abrieran. Sin saludar, sin siquiera atreverse a levantar la mirada, juntó sus últimas fuerzas y controló su respiración. Con un ademán indiferente (casi indiferente) tendió con firmeza el brazo que sujetaba la bolsa:

—Aquí está. Vine a entregarte la parte de mí que siempre estuvo muerta.

En una biografía de Antoine de Saint-Exupéry, Fulano descubre, inquieto, que la muerte del escritor ha copiado a su literatura, prefigurada en El principito. La idea inconcebible que sugiere Borges de que la historia copie a la literatura, es entonces cierta. También descubre (aunque le resulta imposible probarlo) que a pesar de su decoración europea, “El tema del traidor y del héroe” es la reescritura del capítulo XIII, “Barranca Yaco”, de Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, donde se narra la muerte del caudillo argentino Facundo Quiroga. Borges apenas ha cambiado su nombre por el de Fergus Kilpatrick y situado la historia en Irlanda.

En otra ocasión (entre miles) Fulano descubre que el marketing y la técnica degenerativa del clickbait tienen su precedente en las primeras páginas de La flecha negra de Stevenson.

***

La explicación es sencilla; la demostración, improbable. En todas estas ocasiones Fulano fue víctima del ataque de un animal salvaje:

  1. m. Disposición del espíritu para dejarse afectar por las brevísimas ocasiones en que este mundo carente de magia resulta o tiene la potencialidad de resultar mágico.
  2. m. Condición de aquellas personas a las que les ha crecido todo el cuerpo, salvo los ojos con los que registran la vida. 
  3. m. Voluntad testaruda de aquel capaz de conjurar literatura aun en las situaciones más ordinarias o adversas, y a pesar de una vida miserable.

Ilustración por Eugenia Mackay

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