Al final, siempre gana el olvido.
Fernando Aramburu
Una vez encontré, en una caja de fotografías, ese objeto nostálgico al que las personas suelen aferrarse como si su vida dependiera de ello, una foto feliz del que recordaba como el peor día de mi existencia. Mi memoria debía estar mal y así era. En un ejercicio extraño intenté tapar la fotografía, a ver cuánto de aquello podía realmente recordar.
Mucho tiempo después, preparando una serie de entrevistas sobre migración, me topé con la historia de una joven argentina de origen lituano que, a pesar de no haber conocido a la parte de su familia que en años pasados viajó a la Argentina escapando de la guerra en 1904, recuerda aquella Lituania como si la hubiese vivido. Pensé entonces en la frase “Nadie es la patria, pero todos lo somos” de “Oda escrita en 1966” y, aunque la intención de Borges fuese otra, sentí que había fallado. Ana, la joven de origen lituano, asistía fervorosamente a todas las actividades de su colectividad. Incluso, la única vez que viajó a Lituania, ya adulta, luego de una vida entera de preservar los objetos de su abuela como su último tesoro, al caminar por la calle principal de Vilna en medio del invierno más helado, finalmente se “sintió en casa”.
¿Existe algo así como el hogar? Milan Kundera explora la idea en su libro La ignorancia, donde cuenta la historia de un hombre y una mujer que emigraron de la Checoslovaquia comunista y que vuelven a visitarla una vez que ésta recupera su libertad. Al pasar varios días en Praga, ambos notan que, a pesar de hablar el mismo idioma, ya no entienden a los praguenses y tampoco son comprendidos por ellos. Algo intangible pero poderoso se ha perdido en el camino.
Se ha hablado lo suficiente de ambos grupos, con romanticismo de los primeros, con desdén de los segundos, pero no de la desesperación de los últimos por pertenecer al otro bando. Entonces pienso en el río de Heráclito y en una pobre figura que ya quedó casi en un lugar común en lo que refiere al exilio:
Soy o fui Ulises,
alguna vez todos lo somos,
después la vida nos hurga el equipaje
y a ciegas muda los sueños y las máscaras
Mi corazón ya leva el ancla. Estoy a bordo.
Cuando distinga la voz de las sirenas
en Altamar, al otro lado de las islas,
sabré por fin qué queda de mí en Ulises.
Eugenio Montejo
Nadie habla de la culpa, del olvido y de la indiferencia, y de lo costoso que resulta evitar lo más evidente: que la realidad no puede ser reconstruida. Que en algún momento nos volvemos islas y en una patada de ahogado nos embarcamos en la insólita tarea de refabricar un pasado más grande y mejor.
En cuanto a la foto, recuerdo que la destapé y noté que el tiempo y el polvo la habían desgastado a tal punto que ni siquiera podía comprobar si algo de lo que había recordado era cierto.
Podría elegir pensar que recordé todo con precisión.
Pero sabemos que la nostalgia ha quedado reservada para los otros, nosotros hemos sido expulsados del paraíso de la memoria. Y ahora es un poco tarde, esa es la prueba evidente de que no puedes pertenecer a ambos bandos y, en este caso, el barco ha zarpado sin nosotros.
Ilustración por Eugenia Mackay
Poderosa tu prosa para narrar la nostalgia y el desgarro. No sé si era esa tu intención pero cada frase está cargada del dolor y el despecho de “los expulsados de la memoria”. Una vez me sentí así y me conmueven tus palabras, tan certeras.