The Name I Shall Be Given

¿Creés que el resultado de muchos años de victorias y éxitos puede ser una derrota?
La fiesta de Babette, G. Axel

A Facundo Rodríguez

Una noche de invierno Vivaldi me narró una historia. Me habló de un hombre quebrado que siguió peleando. Transcribí el lenguaje universal de su música para descubrir que ese hombre se llamaba Silvio y que protagonizaba un cuento. El cuento es un cuento sobre la derrota.

Silvio Foréiner estaba cenando con sus amigos. Las paredes eran de ladrillo a la vista, el piso era de mosaicos y un poco hundido, las puertas y ventanas estaban pintadas de verde pastel, también las vigas del techo lo estaban. El techo era de tejuelas.

Silvio Foréiner era un hombre común y corriente, ni sé a lo que se dedicaba ni me interesa. Tampoco sé con certeza los eventos de su biografía. Dejémoslo aquí: Silvio Foréiner, un hombre común y corriente, y como la gran mayoría de mis personajes, valiente.

Ingresó otro hombre que también se llamaba Silvio Foréiner y era casi igual a nuestro Silvio Foréiner; este segundo hombre era una versión perfeccionada del primer Silvio Foréiner. Un poco más alto, mejor contextura física, los dientes perfectamente alineados, incluso más inteligente, más ágil, más fuerte. El nuevo Silvio Foréiner en realidad no se llamaba Silvio Foréiner; es decir, el nombre de ambos se escribía Silvio Foréiner, pero, en realidad, el apellido original de ambos era Foreigner (así habían sido bautizados sus antepasados, cuando en tiempos muy remotos y ajenos a esta historia llegaron al mismo tiempo a pueblos anglófonos distintos).

Esta nueva versión de Silvio no pronunciaba la palabra Foreigner según las normas del argentinismo (este relato transcurre en un pueblo perdido de Santa Fe). El nuevo Silvio no decía “Foréiner” sino “Foreigner” (ˈfôrənər). Es decir que tenemos dos Silvios, el primero, Silvio Foréiner, y el segundo, Silvio Foreigner. También para algo tan básico como para pronunciar su nombre, el segundo era mejor que el primero, que se llamaba Silvio Foréiner.

Silvio Foreigner pateó de un golpe seco la puerta. Ufano miró con desdén a Foréiner (Foreigner no se percataba de los diferentes matices con los que cada uno de los Silvios elegía pronunciar su nombre. Esto sí lo notó Foréiner, que miraba incrédulo cómo el otro era incapaz de entender que allá se halla cada hombre con el sentido que elige darle a su nombre. Foréiner incluso permitía que sus amigos lo llamaran Silvito. Si alguien hubiera llamado Silvito a Foreigner, habría pagado con la vida). Foreigner, entonces, mirando con sumo desprecio y arrogancia y furia a Foréiner, le dice (no transcribo el diálogo textual porque sería incapaz de escribir una sola palabra de lo que dijo con soberbia poesía, con violencia pero con melodía, con determinación, Silvio Foreigner, tan superior a mí y a todos los hombres), le dice que ha vencido a todos y a todo. Ha vencido a hombres y a dioses por igual. Ha vencido a la más inhóspita naturaleza. Ha vencido a las bestias más coléricas y terribles. Ha dominado todas las lenguas y todas las artes del mundo. En fin, ha sometido al destino; ha vencido a todos los avatares que pueda imaginar el lector, de no ser por uno. Silvio Foreigner no se ha vencido a sí mismo.

Por eso Silvio Foreigner injuria al otro que se llama igual pero que se pronuncia distinto (y este detalle se le escapa no porque le falte agudeza a su mente, su mente es la mente más aguda jamás concebida para un hombre). Y mientras le grita con gritos perfectos, le dice a Foréiner que él, Foréiner, no es digno de llevar ese nombre.

—¡Quiero golpearte y quiero matarte para ser, al fin, indestructible, inigualable, invulnerable, invencible!

Y pasan por todas las disciplinas y en todas Foréiner siente el sabor de su sangre y siente su muerte cerca.

Foréiner primero se aventuró con los puños, pero el otro, que dominaba todas las artes marciales y todos los estilos de lucha, le dio una paliza y le quebró la mandíbula. Y sin embargo, Foréiner no se dio por vencido y tras los puños se batió con el intelecto, con la razón, con las ciencias y el conocimiento. Y aquí de nuevo se encontró con el infranqueable muro de Foreigner, que desde el intelecto volvió a golpearlo con brutalidad. Foréiner sintió mucho dolor; un dolor horrible como el de un oído cuando se infecta. Empezó a tambalearse y a ver con dificultad.

Foreigner seguía impoluto. Y a pesar de su mandíbula rota, Foréiner decidió que él no se rendiría. Atacó a Foreigner desde las artes, desde el verso que se enhebra, desde el color que entrevera la pintura, desde el rojo y muerte que entreveraban la suya, desde la música y las palabras que se repiten; desde la mejor literatura. Ahora Foréiner quedó apenas con un hilo de vida.

Foréiner hizo un último intento y atacó desde la ignorancia. En un manotazo de ahogado y con esperanzas inútiles, quiso ver si una fortuita casualidad sorprendía a Foreigner. Si zafó de esta nueva paliza que sin dudas lo hubiera matado, fue porque saltaron por él sus amigos. 

Uno a uno caían los amigos de Foréiner, que contemplaba la escena horrorizado, malherido y desesperado, temblando ante el maleficio que bajo las letras de su nombre se escondía. Y mientras veía a sus amigos caer, cuando ya todo era imposible, Foréiner tuvo un solo instante de lucidez y eso solo le bastó. Foréiner atacó a Foreigner desde la derrota, porque Foreigner no conocía la derrota.

Foréiner atacó a Foreigner desde las frustraciones, desde la humillación, desde los sueños rotos, desde los desamores, desde el dolor y desde la tristeza, desde el polvo que se muerde, desde la incertidumbre, desde la angustia y la confusión. Foréiner atacó a Foreigner desde la derrota, porque Foreigner la odiaría en su cuerpo invicto, inmaculado, inmortal.

Foreigner se arrancó la carne gritando con rabia (pero aún con poesía), gritaba (con gritos perfectos) ya no contra todo, sino contra él, porque ahora se detestaba.  Foreigner quedó tendido en el piso. Si no murió fue porque a pesar de todo era un hombre fuertísimo. Pero Foreigner no pudo sobrevivir a lo que vino. 

Foréiner esperó a que Foreigner se levantara. Tan erguido como ensangrentado, Foréiner volvió a atacar a Foreigner. 

Con la ternura con la que sólo pueden hablarse dos que se están muriendo y que pronto se matarán, Foréiner le habló de aquello ignoto y maravilloso de vencer a la derrota, de dar vuelta el resultado, de arrebatarle al Estigio los sueños que creíamos perdidos.

—Mil tropiezos ha de sufrir el hombre, todas las inclemencias del cielo y los incómodos de la tierra, todas sus quimeras ha de vencer antes de reclamar para sí la victoria sobre uno mismo.

Foreigner moría irremediablemente sin poder articular palabra entre las efusiones de sangre brusca. Foréiner también moría irremediablemente. Herido de mil heridas, entre el hueso roto de su mandíbula, pudo articular todas las palabras que quiso.

—Díganme siempre Silvito. Silvito Foréiner.

Eso fue lo último que nos dijo.

Ilustración por Eugenia Mackay

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