La cuestión de los atributos

A Lucio Bagattin

Es hartamente sabido que Ulises no era astuto ni inteligente. El juicio histórico y literario fue muy bondadoso con él. En realidad, Ulises, fecundo en ardides, sólo necesitó ser inteligente y astuto una serie finita de ocasiones en su vida. De todas ellas la más emblemática es el episodio en la cueva de Polifemo. A esto voy: ignoramos todo lo que hizo Ulises antes de la Ilíada y todo lo que hizo después de la Odisea. Por lo que sabemos, Ulises pudo ser un perfecto idiota incapaz de comprender las cosas más básicas y más simples de la vida. Sin embargo, Ulises fue inteligente las veces que necesitó serlo, y por eso le asignamos el epíteto fecundo en ardides. Ulises no fue inteligente o astuto, más bien, Ulises fue inteligente o astuto durante una serie de acontecimientos puntuales en su vida que transcurren entre la Ilíada y la Odisea.

Esta idea surgió de una charla magistral con mi amigo Lucio (él hablaba y yo escuchaba), de los pagos del Bragado, cuando me dijo, haciendo gala de su excelente capacidad de síntesis: “A veces es una cuestión de muchos hoy”.

Narraré una historia funcional a este argumento. Por momentos recurriré a elementos propios de la ciencia ficción, pero ni la historia es lo más importante, ni la historia es, efectivamente, una historia de ciencia ficción.

***

El protagonista es un gladiador. Pero a pesar de ser un gladiador y un excelente guerrero, el protagonista tiene una sensibilidad de espíritu que uno no esperaría encontrar en un gladiador. Le gustan las artes y permanece absorto mirando las vistosas y llamativas túnicas púrpura de la élite romana. Más de una vez dibujó, con un pequeño clavo, las paredes de su calabozo.

Todos los gladiadores fueron esclavos. El protagonista, entonces, es un esclavo, un guerrero, un agudísimo artista y un soñador.

Lógicamente, el protagonista tiene un nombre pero sólo él lo conoce; es decir, les estoy diciendo de manera elegante y subrepticia que sólo el protagonista sabe quién es. Sólo él conoce su identidad y de lo que es capaz. Yo, como todavía no he terminado de narrar su historia, aún ignoro su identidad tanto como la potencialidad de sus actos.

A todo lobo lo cerca siempre un círculo de perros hostiles; los esclavistas, la elite romana, los organizadores del circo, la muchedumbre. Basta saber que también ignoran el nombre del protagonista (la ignorancia es adrede: la sola mención de su nombre bastaría para matarlos). Lo llaman escoria.

El principal atributo del protagonista sin duda es su valentía. Quiero decir, además de ser un gran artista, un fino observador de la realidad, un implacable guerrero, es un valiente. No nació siéndolo, sino que desde una muy temprana edad se propuso serlo. Por eso pidió perdón las veces que tuvo que pedir perdón, por eso fue humilde frente al destino. Por eso se animó, a pesar de ser un esclavo, a pesar de su jaula de piedra, a dibujar las paredes de su calabozo.

Todo narrador escamotea más de lo que muestra. Yo, que menos su nombre conozco todos los trazos que dibujaron su vida; yo no olvidaré que partió su pan con el de la celda contigua. Sabiendo que el otro, por la mañana, sería su rival en el Coliseo.

«En esta cárcel somos todos iguales. Este acto es independiente de su resultado».

Prometí recurrir a la ciencia ficción. Al protagonista le borran todo recuerdo de su pasado. Al borrar el nexo del héroe con su pasado, rompemos la fórmula que le permite a todos los protagonistas en la historia de la literatura encontrar su destino. Si el héroe ignora quién fue, ignora su insoportable condición de huérfano; olvidará vengar a su padre. Quiten la memoria y quitarán también la identidad; quiten la identidad y quitarán también el propósito; nadie (digo yo) puede cumplirlo sin valentía.

—¡Inhumano y cruel experimento! ¿Quién es capaz de semejante infamia?

***

Por eso el vasto nombre de Ulises. Porque para Ulises es ese hecho puntual del encuentro con Polifemo el que forja su confianza y le dice que él es inteligente y astuto. Y no sólo es este evento puntual el que forja en él un pasado de inteligencia, sino que es este mismo evento el que le otorga un destino que cumplir, un legado que dejar a la posteridad. Ulises deberá ser siempre digno de esa inteligencia; Ulises será digno de su principal atributo o será indigno y olvidado. ¡Que no llegue Ulises a Ítaca, pero que sea digno, por favor, que sea digno!

Sobre su estupidez podemos ver la burla a Poseidón al final de la Ilíada. Poseidón, que maneja el Sindicato de Transporte de la Grecia Antigua (a menos que se tenga un Pegaso). Tanto Polifemo como Poseidón empiezan con la letra P, esto no es aleatorio, ambos son los puntos extremos entre los que se debate la inteligencia de Ulises: cenit y nadir de su principal atributo. La letra P como la línea que guía el verdadero relato: la historia de Ulises como digno o indigno de su inteligencia. El castigo por esta burla será condenar a Penélope (también con P) a diez años de prostitución1 (práctica que, de más está señalarlo, también empieza con P).

***

Los artífices del experimento macabro no dejaron nada librado al azar. Quitada su memoria y mancillada así su identidad, lo arrojaron a golpes a las oscuras bóvedas del Coliseo. Entre sus manos encadenadas aguardaba paciente el último insulto que recibiría: un filo romo y oxidado. Los detractores de su identidad no dejaron nada librado al azar; enfrentado, un gigantesco murmillo capaz de partir en dos a un caballo. Capaz de partirlo en dos al Pegaso.

Hay miedo y confusión en nuestro protagonista. Los clamores del público enardecido lo intranquilizan. Antes de salir, mira su inútil sica, mira su inútil vida.

Temblarán por haberte dado un arma, «hijo mío».

Sale nuestro protagonista a las arenas del Coliseo, el estruendo de la muchedumbre es un agobio, el emperador grita, demagogo, con su túnica púrpura. Frente a él se alza con funesto esplendor el gigantazo que acabará por matarlo. Nuestro protagonista, que empieza a descubrir quién es, sonríe al ver que el miedo no amedrenta sus pies.

Una finta rápida y el gigantazo queda en falso y desorientado. Un golpe fuertísimo quiebra su escudo por la mitad. Metal y madera, ya inseparables de la sangre y de la arena, juran un corte limpio. Los detractores de su identidad, los artífices del experimento macabro, no pueden creer lo que ven. El miedo y el pánico transforma sus rostros, el mal olor inunda la historia. ¡Perdieron el control de su esfínter!

***

Hoy es, por definición, único. De ahí el ingenio de Lucio, que mejoró el trabajo de Riemann sumando solamente momentos únicos y singulares; sumando un tiempo presente que no envejece al conjugar su pasado y que no tiembla al imaginar su futuro; sumando el esfuerzo y lo bailado. Sumando la sangre que se derrama.

Hay un evento puntual que construye un rasgo en nuestra personalidad que crea una verdad tan cierta como cualquier otra: para Ulises esa verdad fue que él era inteligente y astuto. Pero lo valioso de su historia vino después: Ulises se propuso todos los días de su vida hasta su último día, ser inteligente. Ulises eligió, sin dejar de tener los vaivenes propios de los héroes vanidosos, ser digno de su atributo. Por eso, aunque mucho haya que andar para alcanzar ese hoy que será único, la promesa de ese hoy nos exige estar a su altura. Es igual si es el gris quien digita la historia.

Lo de Lucio fue tan audaz como insolente y certero. En una sola frase condenó el destino sumiso de Occidente y de la Argentina, dependientes de la figura de un presunto mesías que nos salvará a todos. Lucio reivindicó un proceso muy específico: el de la justificación más allá de los resultados. Reivindicó las tardes inútiles que David pasó entrenando la carne que lanzaría la piedra que mataría a Goliat. Y aunque la historia eligiera narrar la más gloriosa de esas tardes, la del tiro milagroso, esa tarde no es más que todas las tardes que le precedieron. Lo mismo daba si erraba la piedra por un solo milímetro. David hubiera sido digno de su atributo y nada podía hacer si el destino torcía el curso de su disparo. Hubiera muerto luchando por ese hoy prometido.

Y sin embargo Lucio se equivocó. Siempre, y no a veces, es una cuestión de muchos hoy. Siempre, Lucio, siempre.

***

Esto fue lo que no entendieron los cínicos que hicieron el experimento con nuestro protagonista. En el fragor de la batalla, imaginó las paredes de su calabozo; entendió que para salir con vida debía pintar las líneas con púrpura y con gran maestría. Pero el peso de los infortunios fue mucho, y el gigantazo nos alcanzó con su espada y vimos, junto al protagonista, el púrpura de su sangre (no estaba ni delirando ni viendo su muerte fantásticamente, es sólo que también muere con él el artista que pinta con púrpura).

Indigno de mediocres atributos de escritor, mi fracaso es doble: narrar un hoy sin gloria y perder el control de este ensayo que matará a mi protagonista. Pero antes quiero hacer un escándalo, quiero vengar tu muerte, quiero lastimar a los detractores de tu identidad, quiero lastimar a los artífices del experimento macabro. Quiero gritar tu nombre. Quiero pintar con púrpura.

Yo aún puedo intervenir la historia. Su grito menos tuvo que ver con el dolor y más con lo excepcional de sus atributos; más con el cierre de esta historia que empezó con los recursos de la ciencia ficción y que siguió con la mano que empuñó sin temblar el filo romo de un arma estéril. Con horror comprendieron que el gris no impide que un artista pinte en presente. Fue el presente lo que se olvidaron de quitarle, y en ese presente supo por fin que era valiente, y peleó contra todos y como ninguno, y en ese presente fue digno de su atributo.

En las arenas del Coliseo forjó el epíteto que acompañaría para siempre su nombre.

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1 En el griego homérico, el verbo tejer debe ser interpretado como un lunfardo para referirse al sexo. Los traductores han sido, evidentemente, indignos de los atributos que les otorgó su oficio (N. del A).

Ilustración por Eugenia Mackay

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