Vivimos la época de la censura, ¿será también el final del arte como lo conocemos? Una era en la que la militancia se disfraza de justicia para perseguir lo mismo que su adversario: el poder. La rebelión se califica como progreso y desarrollo, pero en ciertos tópicos parecemos más atrasados que nunca, con ejes temáticos que no hacen sino coartar la libertad original que exige el arte en su ejercicio. ¿Significa esto que haya que abandonar todas las luchas? No, sino no perder el tiempo peleándolas fuera de sus territorios. ¿Tiene sentido la corrección política en la ficción?
Resulta evidente que en los últimos años se ha afianzado una tendencia con intención moralizante en varias áreas, tanto en la literatura como en el cine, y aunque parezca casi absurdo, podría estar alcanzando al género menos favorecido por la crítica y la academia: el terror.
Aunque por definición la literatura de terror, horror, miedo o suspenso debería permanecer ajena a la censura o a la hegemonía temática (donde, huyendo de la política, para refugiarse en el “horror de lo cotidiano” termina como casi siempre incurriendo en la denuncia y la crítica social: sea este “otro” la tecnología, el machismo, el racismo, o alguna causa similar).
En un principio, parece ésta una práctica inofensiva e incluso positiva, con grandes resultados como las letras de María Fernanda Ampuero, Mariana Enriquez, Samanta Schweblin o Luciano Lamberti en Latinoamérica o cintas de la calidad de Midsommar (2019), de Ari Aster o Get Out (2017), de Jordan Peele. Sin embargo, ¿cuánto puede tardar la realidad en afectar la narrativa de un género cuya naturaleza es incorrecta, en un mundo en el que la cultura de la cancelación incluso promueve la censura de libros escritos décadas atrás?
Incluso las típicas producciones sobre asesinatos como Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile (2019) o la más reciente Monster: The Jeffrey Dahmer Story (2022) están siendo acusadas de promover la glorificación criminal que, recordemos que aunque estén basadas en hechos reales, siguen siendo ficción.
¿Es posible imaginarnos un futuro con villanos más políticamente correctos? Incluso las series estadounidenses más populares sufrieron alguna vez la censura. Con el lanzamiento de Dexter (2006-2013), el Parents Television Council presentó acciones contra los publicistas que financiaron la serie e, incluso, hizo lo posible por prohibirla de las grandes cadenas. Lo mismo ocurrió en Francia con Breaking Bad (2008-2013), que sólo fue difundida en Arte y Orange Ciné Max.
En Los nuevos malos (2015), François Jost desarrolla cómo estas producciones llevan años desplazando las líneas entre el Bien y el Mal e incluso buscan la empatía del espectador, la identificación con estos “malos” que, insiste Jost, no han de seguir siendo llamados “antihéroes”. En todos los casos, la tesis de que “nadie es voluntariamente malo”, se ve sustituida por “malo no se nace, sino se hace”; no por argumentos menos moralistas como el evidente cuestionamiento al sueño americano, pero sin temer tratar temas incorrectos o poner el foco en protagonistas moralmente cuestionables.
Allí también hace referencia al libro de Thomas de Quincey: Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827), donde el acto es analizado desde un punto de vista estético. Incluso el autor señala que las personas se comportan frente a los asesinatos de la misma manero que lo hacen frente a los incendios:
Después de un primer tributo de lamento por los que perecieron y, en todo caso, cuando el tiempo ha calmado los sentimientos personales, es inevitable examinar cuidadosamente y apreciar las características escénicas, lo que podemos llamar ‘cualidades relativas’ de los diversos asesinatos.
Argumento que, si bien podría ser excesivo llevarlo a la vida real, parece adecuado cuando nos acercamos a la ficción. Y es que, contrario a la tendencia actual, resulta extraño pensar que las obras de arte podrían llegar realmente a influir de forma negativa en las conductas humanas. Esta nueva creencia llega con el fin de contaminar la propia naturaleza de la ficción y el arte en general, cuyos creadores tienen el único deber de ahondar en sus profundidades sin temor a ser juzgados por herir susceptibilidades.
Otro ejemplo muy representativo del género es Stephen King, quien al encontrarse en un mundo donde sería imposible volver a escribir obras como Rage (1977), Carrie (1974) o The Shining (1977) sin ser cancelado, optó por una historia con una agenda política detrás tan evidente como Elevation (2018).
¿Es un problema que comiencen a incluirse los problemas sociales actuales en la literatura (machismo, racismo, xenofobia, homofobia), independientemente del género? Por supuesto que no. Está mal convertir el arte en un campo de propaganda y transformar la intención de la ficción cuya naturaleza no es educativa, sino disruptiva, para obedecer a la moral impuesta por el momento.
Muchas otras obras ya se enfrentaron a los efectos de la censura y la cancelación por razones distintas, y lograron sobrevivir: Les fleurs du mal (1857), Lady Chatterley’s Lover (1928), Lolita (1955), por nombrar algunas. Pero ¿cuánto tardará en alcanzarnos?