Escribir para la academia

Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera

Uno de los motivos que llevaron a la fundación de AntiZeitgeist fue el de la existencia de una literatura (una presunta “literatura”) claramente supeditada a un interés político inmediato y mediocre. Lo diré de una vez: Yuri Herrera es un escritor de asombrosos títulos rimbombantes que escribe pensando en su doctorado en Berkeley; por lo que es una pena y una pérdida de tiempo el resto del contenido que le adjunta a esos títulos.

Señales que precederán al fin del mundo pretende una suerte de intertexto con las grandes piezas mitológicas que narraron el valor de aquellos héroes que con mayor o menor éxito se adentraron en las profundidades del inframundo. En este caso, Makina, la protagonista, no se enfrenta ya a peligros y fantasmas universales que otrora tomaron la forma del Cancerbero, sino a un hombre que la acosa en un colectivo, por ejemplo. Si Campbell sostiene que el mito será más poderoso cuanto más abstracta sea la clave que lo encripte, Herrera elige ser un “escritor de lo urgente”, un actualizado, echando así a perder lo que de antemano parecía una idea interesante. 

Aún me sorprende el descaro de aquellos que me dijeron, en reiteradas ocasiones y siempre en círculos académicos, que Herrera era el “hijo de Rulfo”. Coincido con esta apreciación, pero quisiera agregar un humilde modificador directo: “bastardo”, hijo bastardo. Para sostener este juicio genético basta tomar la siguiente frase (entre cualquiera que decida elegir uno de la novela):

Makina caminó despacito frente a él y él asomó de su caseta de cobranza como para decirle No, no se puede, o más bien Usté no, usté no puede: con un ímpetu que le duró tres segundos […].

Me pregunto si no usar las comillas corresponde a lo inepto del editor o a las nuevas reglas que promueve, si tengo que nombrarla de alguna manera, la “escritura a favor de las causas de turno”, de la que Herrera es un embajador. Ni hablar de las mayúsculas caprichosas después de las comas o ausentes al comienzo de una oración, de los paréntesis después de los puntos, del laísmo, de la tilde equivocada en determinativos (y no por las regulaciones de la RAE, sino porque simplemente no corresponde). Curiosas maniobras lingüísticas para un escritor que en ocasiones decide usar la palabra “mas”, palabra que fue vista por última vez entre las páginas de Cervantes.

Por el contrario, Rulfo fue un escritor que, además de documentar con su literatura una realidad que hasta la fecha había sido ignorada, dominó la puntuación como pocos lo han conseguido, siendo el uso sutil y preciso de las comillas angulares algo crucial para descifrar su obra. ¿Conclusión? La operación de Herrera (por cierto, operación desplegada por otros escritores de lo urgente) es una artimaña para que los errores literarios de la novela, su estética equivocada y hasta me atrevo a decir su moral inapropiada se camuflen bajo esos otros errores ortotipográficos que quieren parecer deliberados, como una forma moderna de pervertir las reglas y parecer vanguardista y descontracturado, pero que son en el fondo producto de la ignorancia y la desatención. En el libro Cómo la puntuación cambió la historia, B.B Michalsen cita a Hemingway para decir lo siguiente:

Mi actitud hacia la puntuación es que debería ser tan convencional como sea posible […] Deberías poder demostrar que podés hacerlo mucho mejor que nadie con las herramientas habituales antes de introducir tus propias mejoras.

Continuando con los virtuosismos de la novela, nos encontramos con la palabra clave jarchar: neologismo versátil y multifuncional; es decir, término inventado por el autor para describir lo que su léxico es incapaz. De hecho, en una larga conferencia que el autor dio para explicar su obra (a la que asistieron jóvenes doctorandos que en una tierra infértil buscan los nuevos frutos de la literatura), Herrera, vencido por la naturaleza inescrutable de su acertijo, reconoció que jarchar —término insidiosamente provocador para los usuarios hispanohablantes, que se ven tentados (bajo el mismo impulso travieso de un niño que se aburre con el letárgico sermón de un adulto) de remplazar la “j” por una “g” y causar una conmoción en la novela— significaba algo así como “migrar” (porque también tengo que explicitar que estoy interceptado por el fenómeno migratorio, ¡ingenuo de mí, casi resigno mi afán de popularidad por un contraproducente giro literario!). Así al menos lo indica la frase “cuando jarchó del baño el viejo ya estaba de pie”, que supongo que quiere decir: “cuando migró del baño el viejo ya estaba de pie”.

Acólita de esta sociedad contemporánea estancada en su afán de “progreso”; progreso impostado, forzado y en estado de descomposición, la novela de Herrera llega a su paroxismo con un auténtico harakiri: una especie de racismo cool.

Resulta que ahora “más moreno” quiere decir “negro” (creo honestamente que este empeño de hablar con eufemismos terminará por causarnos una apoplejía). En particular, la frase “El muchacho más moreno que había visto en su vida le señaló un pasillo a Makina” me condenó a noches enteras de largos esfuerzos para desentramar este enigma de naturaleza ontológica. ¿Cómo lucirá el hombre más moreno del mundo?, ¿será… negro? ¿Cuál será esa línea crucial para la industria de la política identitaria en la que uno es moreno, muy moreno, el más moreno o negro? Parece que hubiera algo malo con decir que una persona es negra, como si estuviéramos en Estados Unidos, en el mundo mágico de Harry Potter gritando “Voldemort” con un megáfono o en una sociedad de imbéciles.

El último ejemplo es lapidario (por favor noten que la letra más morenita es mía, pero el resto de la frase es literal, no me hago cargo de los errores ni del mal gusto):

La puerta se abrió y apareció un hombre pequeñito, de lentes, envuelto en una bata de baño púrpura. Era negro. Nunca en su vida había visto tantos negros de cerca y de súbito parecían ser la clave de su búsqueda. Makina lo miró como si le reprochara ser más flaco y más moreno y más viejo que su hermano, como si éste hombre quisiera hacerse pasar por otro. Iba a decir algo cuando aquél se le adelantó Puedo ponerme una peluca rubia si quiere.


Makina se desconcertó por un segundo y luego se río, abochornada.

No hay remedio. Definitivamente, “más moreno” significa “negro”: parece que estuviéramos hablando el Newspeak de 1984 y conforme pasan los días se reduce el vocabulario de nuestro idioma. Pero anterior a esa observación es más importante la de Residente:

Mi llave, lo peor de todo y lo má’ grave
Es que este pendejo e’ racista y no lo sabe

La novela sigue con sus invenciones e innovaciones, con construcciones contemporáneas como “Anoche iré”, que parecen quitarle la energía al autor para evitar errores de concepto como el siguiente: “¿Tienes con qué volverte?, dijo él, ansioso. Sacó su cartera, extrajo unos billetes y se los dio” (tomen nota: en la literatura, nadie extrae dinero; el dinero se mancha, se empeña, se rompe, se malgasta). 

Afortunadamente, el espíritu de la época acude al rescate y un único destello de coherencia en el que coinciden autor y personaje da fin a la novela: “Makina escribió sin detenerse a pensar cuál palabra era mejor que otra o cómo sonaba el mensaje”.

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