I don’t think there is any such woman who would do it.
Yes, a dozen, and as many to th’ vantage as would store
the world they played for.
W. Shakespeare, Othello
¿Qué genera tanto rechazo cuando en una historia es la mujer la que ocupa un rol incómodo? ¿Existe una forma correcta de representarla? ¿Al dejar de ser víctimas, estamos de acuerdo con cumplir el papel de victimarias? ¿Realmente aprobamos salir de aquello tradicionalmente calificado como “femenino” o existen límites invisibles que exceden algunos tópicos?
Ya en textos anteriores habíamos abordado la idea de que esta aparente proliferación de literatura femenina se hacía a veces desde una mirada más victimizante que reivindicatoria, pero también, por tanto, más válida ante la corrección política.
Sin embargo, esta vez quisiera profundizar en aquellos textos que tan solo mencioné en las líneas finales y que valen una revisión más completa. Especialmente porque considero que nos enfrentan a tres dilemas fundamentales: ¿qué nos incomoda como mujeres ante esta perspectiva que la hace menos popular?, ¿qué hace que para los hombres, mujeres como las que aparecen en esos textos no sólo sean casi una aberración, sino personajes prácticamente inverosímiles, de una existencia imposible en el mundo real?, ¿aceptar la maldad en la mujer nos enfrenta con algo aún más oscuro?
¿No es acaso parte de la cultura dañina eliminar de todo mal del hombre la responsabilidad, al ser considerado siempre “parte de su naturaleza”? ¿No es acaso esta nueva perspectiva una oposición liberadora? ¿Dónde se dibuja el límite?
Los límites en el abordaje de temas “delicados” es un punto importante en esta discusión, porque no se trata de que nunca se escribiese sobre personajes femeninos “malvados” (si no, pensemos en cualquiera de las mujeres de Shakespeare o, mejor aún, en Medea o Clitemnestra), sino en la naturalidad con la que se asume y se acepta lo perverso cuando proviene de un personaje masculino.
La ensayista y dramaturga Taeko Kono tiene uno de los abordajes más interesantes a este tema con relatos crudos que retratan a mujeres que, si bien pocas veces ejecutan sus fantasías, tienen deseos ocultos muy opuestos a la imagen sumisa de la mujer japonesa. En ese sentido, estos textos muchas veces oscuros y dolorosos se ven atravesados por un tema común más allá de la maldad: la maternidad. Sus personajes la sufren más que a la misma muerte. Pero, lo más interesante de esta repulsión es su contexto: si bien estos cuentos fueron traducidos y publicados por primera vez en español en 2022 por La Bestia Equilátera en su libro Cacería de niños, fueron escritos en los años 60, como una exploración del lugar de la mujer en la posguerra.
En el relato que da nombre al libro, la protagonista siente un profundo asco por las niñas de entre tres y diez años, al punto de compararlas con babosas y gusanos, pero también experimenta una atracción inexplicable por los niños. Esto es sólo una de las historias en las que Kono, de manera audaz, se rebela contra la visión impuesta de la mujer, siempre maternal incluso antes de ser madre.
Porque está allí el conflicto: en los vínculos de madres e hijos. La mujer amante o la mujer esposa no están libres de maldad en la visión convencional de la literatura escrita por hombres, pero no existe cuando se habla de los otros vínculos: la mujer como madre o incluso como hija. Para explorar nuestra reacción ante esto basta con leer La azotea de Fernanda Trias, donde se insinúa, sin nunca revelarlo del todo, una relación incorrecta entre la protagonista y su padre, incitada por ella misma.
¿Es ser madre una cárcel?, se pregunta Katixa Agirre en su libro Las madres no, donde narra el origen de todo: esa culpa primigenia que nace al convertirse en madre. Agirre cuenta la historia de dos mujeres y cómo lidian con la maternidad: la primera asesina a sus gemelos sin remordimientos, la segunda descubre que conocía a la madre infanticida y se obsesiona con su historia a tal punto de abandonar a sus hijos con tal de encontrar la mejor manera de narrarla.
El cuestionamiento a la maternidad como parte de un instinto natural y la construcción de los vínculos familiares son algunos de los temas que cruzan esta nueva literatura, la ruptura de un nuevo tabú: las mujeres son buenas madres y buenas hijas o no serán. Mientras que nadie cuestiona a la figura del padre: son “malos” por naturaleza, la bondad parece la excepción y no la regla, y eso parece estar bien.
Sin embargo, las mujeres escritoras saben que el bien y el mal son dos caras de una misma moneda. Una parte de ella existe en todas y todos nosotros, como lo han escrito los hombres durante años, pero las mujeres ya no tienen miedo a publicarlo, a escribir personajes femeninos que desafíen esta concepción de lo natural. Al mejor estilo de las tragedias griegas, las “malas mujeres” han regresado para quedarse.
Dudo que realmente este texto sea escrito por una mujer. Parece ser un intento forzado de desacreditar y menospreciar el valor de la literatura feminista y las voces de las mujeres en general. En lugar de abordar el tema de manera objetiva y constructiva, el autor o autora se empeña en utilizar un tono sarcástico y condescendiente que no aporta ningún valor a la discusión. En primer lugar, el título del artículo es claramente peyorativo y sexista. Utilizar la expresión “mala mujer” para referirse a las escritoras feministas es una muestra de prejuicio y desprecio hacia su trabajo. En lugar de analizar y debatir los temas planteados en la literatura femenina y feminista, el autor parece más interesado en ridiculizar y menospreciar los esfuerzos de las mujeres por tener una voz en el mundo de la literatura. Es decepcionante encontrar este tipo de contenido cuando tantos apostamos por abordar temas culturales y sociales de manera crítica y constructiva.