Listamos a continuación las críticas en un párrafo que publicamos en nuestras redes durante el mes de octubre.
Psycho (1960), de Alfred Hitchcock
En un partido por la defensa el título, Garry Kasparov sacrificó pieza tras pieza para evitar que el rey de Anand enrocara y mantenerlo en el centro del tablero para darle el golpe final. Hitchcock prefiguró esta disputa (o el estilo de Kasparov en esta disputa) en 1960 con su icónica Psycho, donde sacrificó, en medio de la batalla, a su pieza más valiosa: la protagonista. Todo por el fin último de salvar la película. ¿Qué importa un protagonista intacto si la historia no vencerá a la muerte? ¿Qué importa conservar la dama si no puede lograrse el mate?
Titane (2021), de Julia Ducornau
Ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Obra de la provocadora promesa Julia Ducornau, que en algún momento nos sorprendió (al menos a algunos) con Raw (2017), su ópera prima. Planos de una expresividad exquisita, una historia dinámica y una narrativa “absurda” milimétricamente pensada y ejecutada. Más allá de crear un deleite para los fanáticos de David Cronenberg, la directora sabe muy bien lo que quiere generar y lo logra: un curioso contraste entre esa repulsión a la que aspira y los temas que toca (la redención, el dolor, la pérdida, el odio). Una obra tan difícil de definir que incluso es complicado hablar del género al que pertenece. Y es que, aunque de a ratos lo parezca, no se trata simplemente de una película efectista; sino de una narración tan bien lograda que es capaz de hacer verosímil un vínculo afectivo (casi enternecedor hasta el momento en que aparece un evidente complejo de Electra) entre un hombre que sigue sin superar el trauma de su hijo desaparecido y una mujer en una relación turbulenta tanto con sus vínculos como con la realidad. Entonces, ¿otra obra pretenciosa o genialidad absoluta? La obra de Ducornau podrá parecer excesiva, forzosamente brutal y macabra para muchos (especialmente en las partes que nos recuerdan al body horror). Y si algo es cierto es que podrán criticarle cualquier cosa, pero jamás podrá ser calificada como aburrida.
The Conjuring (2013), de James Wan
En Estados Unidos, los losers, además de lidiar con las inclemencias del margen, deben enfrentar acontecimientos paranormales. De argumento ramplón y previsible, la película acierta en una sola cuestión: la infaltable Iglesia católica en los grandes meollos de la civilización —moviendo sus hilos desde lados tan opuestos como complementarios: la creación del villano y la venta de la cura para vencer a ese villano—. Pero el gran desacierto es hacer explícito aquello que, perceptible, debería permanecer oculto; hacer, del sensual acto de desnudarse, pornografía. Nada es tan terrible como aquello que no puede ser entendido por la razón ni concebido por la imaginación. Desde el momento en que se muestra lo incierto; desde el momento en que se permite que avance el tiempo más allá de ese instante de inconclusa revelación inminente, se rompe el hechizo. ¿Qué puede ser más aterrador que una sombra que por nuestra condición humana se nos presenta sin forma ni color?
The Shining (1980), de Stanley Kubrick
Basada en la novela homónima de Stephen King, la película es un elogio del Lector, con mayúscula, como figura abstracta. El Overlook Hotel es un libro —y como si se tratara de páginas en blanco que en un pasado fueron escritas, pero que borradas aún recuerdan el trazo del lápiz y la forma que ese lápiz imprimió sobre el papel, la tinta de los personajes se derrama por caminos previamente configurados, imposibles de desviar, inexorables como el destino que imaginaron los griegos; herméticos como la forma de una O—. La obsesión de Torrence (Jack Nicholson) por escribir un libro es ridícula; la historia ya fue escrita y él es un mero engranaje más, condenado a moverse según una invisible línea de código que todo lo ha determinado. Acaso por esto la camuflada frase: “All work and no play makes Jack a dull bot”, reemplazando boy por bot una única vez. Todos están encerrados en este laberinto sin salida, de no ser por el niño Danny; el lector, el único capaz de referirse a capítulos próximos y precedentes, y de ver, así, lo que ha ocurrido y lo que ocurrirá; el único capaz de no vivir en un presente absoluto, de saltar las paredes de la estructura; de ver más allá de una sola unidad e hilar esas unidades que juntas forman una gran constelación. Quizás sea esto the shining, la luz que proyecta la sagaz mente del lector —que le advierte, le previene, le permite entender o intentar entender, que le dice cómo quebrar los secretos del laberinto— o quizás sea yo un exégeta delirante, un esnob incorregible incapaz de valorar las bondades de los bookstagrammers o bookTokers.
Choose or Die (2022), de Toby Meakins
Un tipo de software único y de misterioso código indescifrable capaz de afectar la realidad de los usuarios; es decir, otro chiche común y corriente y con las mismas propiedades que cualquiera de los tantos de hoy en día. Por eso, cuando Meakins se dio cuenta de que la batalla por la originalidad estaba perdida, recurrió a la hiperbolización del gore para tratar de causar algo en el ya perturbado público. Por ejemplo, ver cómo una mujer se mata tragando vidrio, ver cómo un joven vomita cinta magnética hasta caer muerto o ver cómo un hombre clava en su rostro jeringas de dudosa bromatología hasta morir. En vez de Choose or Die, un mejor título hubiera sido Die Anyway (por alguna extrañísima razón, este nuevo título mejorado y su comparación con la idea mal trabajada de la película y del título anterior, me hizo pensar en Thomas Mann: “Existe la libertad, y también existe la voluntad; pero la libertad de querer no existe, porque una voluntad que pretende la libertad absoluta se contradice y cae en el vacío. Libre es usted de escoger o no escoger una carta. Pero al hacerlo, escogerá la prescrita, con tanta o mayor seguridad cuanto mayor sea la obstinación con que se oponga”).
Nope (2022), de Jordan Peele
Si algún mérito hay que darle a esta cinta, sería su efecto sorpresa, en todo sentido. Que su director se haya animado finalmente, en su tercer largometraje, a soltar por un instante un discurso que comenzó disruptivo en Get Out (2017) y luego rozó la repetición con Us (2019) fue, sin dudas, un movimiento arriesgado. Si bien esto no significa que el cineasta haya dejado totalmente de lado su habitual intención de denuncia —puesto que en Nope los trabajadores afroamericanos de la industria cinematográfica son parte importante de la trama—, al menos esta vez ha decidido abordarlo con un humor que resulta casi refrescante, en un atrevido cóctel de Western, aliens, suspenso, terror y ciencia ficción que pudo funcionar a la perfección si tan sólo el resto de la cinta hubiese mantenido la fuerza y el suspenso de sus primeras —y algo engañosamente prometedoras— escenas.
The House that Jack Built (2018), de Lars Von Trier
Tras contribuir a las plataformas de RedTube y Netflix con Nymphomaniac, y tras aumentar su contenido con ¿la expresiva? Nymphomaniac: Volume II (continuación que, según los críticos, evoca lo que antaño fue la Odisea para la Ilíada), Lars Von Trier nos sorprende con un francotirador matando a un niño, y a su hermano también niño, y a la madre de estos niños, en una escena muy gráfica. Básicamente, tras la exasperación que le produce el encuentro casual con una insoportable, el protagonista (Matt Dillon) se trastorna y empieza a matar gente. Ingeniero, su ambicioso y vocacional plan de construir una casa fracasa una y otra vez, hasta que se le ocurre hacerla con… la gente que mató (cuando tenía nueve años, en clase de inglés la maestra nos pidió que pensáramos ideas creativas. Un amigo propuso extraer, lavar y entonces usar un pulmón como vaso. Lo que quiero decir con esto, y que nadie se atreva a cuestionar la audaz creatividad de mi amigo, es que la propuesta narrativa de Trier tiene el mismo vuelo que la de un niño de nueve años; hay una línea delgada entre ser original y ser ridículo). Esta es una película de ideas sugestivas, datos ocultos, giros y recovecos, de no ser porque no hay nada sugestivo ni oculto: es un rejunte de videoclips extraños y perturbadores, pero sobre todo inverosímiles puertas adentro; quiero decir, dentro del universo cerrado que es la obra artística en sí misma (aunque esta está lejos de serlo). Se puede ser escamoteador, ilusionista, incomprensible y aburrido, y ser Lucrecia Martel. Así, Verge o Hermes dejan que el protagonista caiga en lo profundo del Tártaro, lo que nos hace pensar que entonces, por lo menos, en esta película hay justicia divina. Lástima por los negros que siegan los Campos Elíseos.