The ‘black mirror’ of the title is the one you’ll find on every wall, on every desk, in the palm of every hand: the cold, shiny screen of a TV, a monitor, a smartphone.
Charlie Brooker
El día que miré por primera vez “The National Anthem”, el primer episodio de Black Mirror donde el primer ministro de Reino Unido tiene que decidir si mantener relaciones sexuales con un cerdo mientras todo el país lo ve por televisión para que unos secuestradores liberen a la princesa Susannah, mis ojos no podían creer la genialidad de lo que estaba viendo, incluso antes de llegar al desenlace, perfectamente ejecutado, la sola premisa era brillante.
Desde entonces pasó lo que imaginaba, un episodio brillante tras otro, Black Mirror no paró de sorprender —al menos hasta que lo compró Netflix y comenzó la lenta pero esperada caída—.
“The Entire History of You” y “The White Bear” fueron los siguientes en impactarme casi tanto como el primero. Muchos dicen que Black Mirror era una distopía tecnológica (ahora ahondaremos más en qué es y qué no es), pero la realidad es que para mí nunca fue ese el punto. Sus episodios más brillantes no exponen la tecnología como el problema, ni siquiera abusan demasiado de ese recurso. En algunos, de hecho, ese mundo “futurista” pareciera estar sólo a cinco segundos de distancia (o incluso menos, como fue “The Waldo Moment” en su momento) era la humanidad en su estado más puro, era el reflejo de lo que somos, con o sin ayuda de un poco de tecnología. Para mí, el recordatorio más importante era: ya somos eso, siempre lo hemos sido, incluso si nunca sale a la superficie. Eso somos y no hay mucho más, el resto es relleno. Aunque a la tercera temporada ya se le notaban los hilos, tuvo muy buenos momentos y logró sostenerse con dignidad, permaneciendo casi fiel a su estilo (admito que “Shut Up and Dance” logró colarse en mi lista de episodios favoritos y, aunque con algunos detalles, “Nosedive” y “San Junipero” también lo hicieron bastante bien).
Es realmente en la cuarta temporada cuando todo comienza a desmoronarse, en algunos casos aburrida y en otros con errores de guion que rozan el absurdo, los más entretenidos “Arkangel” y “Black Museum” eran igualmente terribles y demostraban que algo importante se había perdido en el camino. “Bandersnatch”, sin ser brillante, fue una apuesta interesante; para volver a caer en la quinta temporada (con episodios tan olvidables que no merecen ser mencionados) y decretar su muerte anunciada con esta sexta.
Antes de saltar a las conclusiones de lo que podría haber ocurrido (pandemia, IA, ChatGPT, crypto, NFTs, Elon Musk y cualquier otra locura más de por medio), explicaré lo que odio de la última temporada usando como ejemplo el episodio más “Black Mirror” de esta (sí, porque realmente parece que ya pasamos a otra cosa. De verdad, el último episodio titulado “Demon 79”, es parte de algo llamado ¿Red Mirror?).
“Beyond the Sea” es el tercer episodio de la última temporada, ubicado en un 1969 alternativo, dos hombres realizan una larga e importante misión en el espacio, por lo que cuentan con réplicas en la tierra que les permiten, en su tiempo de descanso, escapar a una “vida normal”. Todo se complica cuando, en una inverosímil referencia a los discípulos de Manson, toda la familia de uno de ellos (interpretado por Josh Harnett) muere asesinada junto con su réplica y el otro, un Aaron Paul que no termina de convencer tampoco con su personaje, le ofrece usar su lugar en la tierra (es decir, reemplazar a su réplica) para poder tomar un poco de aire puro y poder estabilizar su mente luego de toda la tragedia. Lo que ocurre luego es tan básico y tan predecible que resulta casi increíble verlo fallar. ¿Por qué? Porque cómo puede un lugar común sentirse tan poco orgánico.
En una demostración más (porque ha sido toda la serie desde hace un tiempo) de lazy writing, el hombre se enamora de la mujer del otro y ella, que siente perdida su relación desde hace mucho por la distancia de su esposo, llega a confundirse, sin que realmente nada llegue a pasar en ningún momento. Sin detenerme mucho en todas las situaciones absurdas que sostienen la trama (como que el hombre ponga de excusa que quiere pintar un cuadro para seguir yendo a suplantar la réplica de su compañero). El desenlace es todo lo que se espera que no sea un final de Black Mirror, aburrido, esperado y totalmente vacío de significado. Un total insulto a una serie como esta que sería de las pocas en hacer un excelente uso de los giros dramáticos, finales increíbles que golpeaban al espectador para dejarlo pensando por días, sin nunca dejar de parecer orgánicos. Puedo decir con seguridad que los desenlaces de Black Mirror en su buena época eran más que artificios para sorprender al espectador, no dejaban a nadie indiferente. Este capítulo, una vez más, peca de ser totalmente olvidable.
Es allí donde deja de sentirse Black Mirror, no únicamente por dejar de ser una distopía tecnológica, sino por dejar de lado todo aquello que la estableció como una referencia dentro de las series de ciencia ficción.
Pero, además, ¿por qué cuando parece que la tecnología está tomando más control del mundo, Black Mirror da más señales de agotamiento, con una sexta temporada que parece más bien una despedida (nada digna, por cierto)? En un momento como el actual, en el que cualquier delirio cyberpunk parece estar a segundos de realizarse, el creador de Black Mirror mira aburrido a la realidad y responde: “I didn’t have to think, ‘What’s the episode of Black Mirror about NFTs’, which is an idea that depressed me greatly.”
Lo cual resulta irónico porque, en realidad, sí siempre se trató de eso. De ser ese espejo, filtrado a través de la tecnología, que nos permite mirarnos a nosotros mismos y encontrarnos el abismo.
Cuando la realidad supera la ficción, la creatividad parece terminarse. Y, según el creador, estaría buscando relanzar su premisa central, alejándose de las profecías tecnológicas devastadoras para centrarse en un horror psicológico más sútil. Una lástima que la fórmula no le haya funcionado.