Hay una canción de Wos que dice que hay que aprender a mirar bien, que en este mundo ruin hay un Caín por cada Abel. No, no son dos entidades separadas. Todos somos Caín y Abel.
La tragedia es algo que nos cuesta aceptar, pero es en sí misma la condición de ser. Todos vamos a morir aunque no sepamos cuándo ni cómo. El precio de vivir es coexistir con este saber, es la esencia del ser humano, nadie se salva. El cáncer, los desastres naturales, las enfermedades mentales son tragedias. Y esta noción por momentos nos resulta injusta, intolerable. Injusta porque no la podemos aceptar y menos entender. No tenemos la capacidad mental para comprender la muerte, nos excede; es un tema que le pertenece a lo infinito. Es en el momento en que nos damos cuenta de que hay algo a lo que no tenemos acceso que nos damos cuenta de lo vulnerables que somos, nuestra fragilidad. Esa noción de pequeñez.
Reflexionar sobre la realidad requiere de consciencia y un conocimiento muy profundo. Necesitamos hacernos preguntas incómodas que nos dan miedo. Implica mirarnos a nosotros mismos, investigarnos, conocernos. Ante la compleja estructura de la realidad de la que formamos parte es fundamental ahondar en lo más insondable de nuestro ser para recorrer todas las partes de uno mismo. Lo bueno y lo malo. Es necesario reflexionar para poder hacerlo consciente y así desarrollar las capacidades propias para modificarlo y administrarlo. Es nuestra responsabilidad como seres humanos aprender a habitar las opciones de lo que somos y cómo podemos ser, entre todo lo posible. ¿Podría matar? ¿Por qué razón mataría? ¿Podría desear la venganza? ¿Querría la destrucción de algunos?
Vivir incluye la tragedia y eso es inevitable aunque cueste tolerarlo; es parte del funcionamiento de las cosas. No podemos cambiar la estructura de lo que es, pero sí podemos cambiar lo propio. Ahí radica nuestra libertad, la posibilidad de poder elegir. La elección desde lo más primitivo, la decisión de cómo pensar lo que me pasa, qué hacer con lo que me pasa, con lo que me toca; de cómo reaccionar ante lo que me acontece. Es más sencillo observar lo externo; criticarlo, juzgarlo y condenarlo. Pero lo más complejo e insoportable es criticar, juzgar y condenar lo propio. Y no sólo lo que uno es, sino lo que podría ser. Tenemos la capacidad de diseñarnos a nosotros mismos, el ser no es algo fijo, sino modificable y cambiante. Somos con el tiempo.
La tragedia no es lo mismo que el mal, no son sinónimos. El mal es posible, mientras que, la tragedia, es. Paul Kahn dice que el origen del mal es igual de profundo que el origen del amor, ambas surgen del carácter intolerable de nuestra propia finitud. La posibilidad que tenemos de ser buenos es exactamente igual a la de ser malos. Las dos potencias conviven en nuestro ser. Recorrer las zonas de lo bueno es más amigable, accesible y aceptable. Es transitar las zonas de lo malo que nos paraliza. Porque nos tenemos que ir al lugar de nosotros mismos que preferimos no ir, o hacernos preguntas de cosas que no queremos saber. Nos da miedo conocernos. Es preferible reprimir esa búsqueda y dar por sentado que no somos malos, que no podemos serlo, que somos sólo bondad y la maldad está en otro lado. Esto es un error y un problema porque hace que parte de lo que somos sea mediante impulsos y los impulsos casi nunca son buenos. No sabemos nuestra capacidad de bien hasta que no conocemos nuestra capacidad de mal.
Hay una película que se llama Fuerza Mayor, de Ruben Östlund. En una escena al principio, hay una familia: un padre, una madre y sus dos hijos. Están almorzando en la montaña, en un centro de esquí. De repente, hay una avalancha que se acerca y la gente se empieza a alarmar. El protagonista de la película, el padre, se levanta de la mesa, agarra su teléfono y se va, dejando al resto de su familia ahí. Todos sobreviven, pero la distancia que empieza a emerger entre el matrimonio es desoladora. La mujer no entiende cómo él se pudo levantar y dejarlos ahí, cómo pudo pensar sólo en sí mismo y no en su familia. Lo que ese hombre hizo fue impulsivo y se puede justificar, pero no deja de ser un hecho juzgable. Esas son las zonas incómodas a las que no queremos ir pero es necesario. Hay que comprometerse con vivir. Uno se puede adelantar a los impulsos, puede conocerse y navegarse como para que, cuando ocurran hechos cruciales, saber qué hacer y que lo que se haga sea bueno.
Jordan B. Peterson propone un ejercicio: lee historia como si se tratase de vos, imaginate ahí. ¿Quién podrías haber sido? Si vivieses en la Alemania de la década del 30, ¿podrías haber sido nazi? La idea de estas preguntas no es responderlas con ligereza. Se trata de investigar el contexto de la época, de las personalidades del momento, las causas, los pensamientos y ver si uno se reconoce ahí; imaginarse siendo parte del pasado, siendo partícipe de los actos repugnantes de lo que nos precedió. Es muy fácil condenar la historia con los ojos del presente. Me acuerdo cuando me hice esa pregunta y de preguntarme si hubiese sido montonera. Las personas que fueron parte de los movimientos más reconocibles de maldad de nuestra historia no eran personas que eran malas en su totalidad. No eran todos psicópatas poseídos por el resentimiento, la envidia e incapaces de amar. Eran personas comunes que seguramente tenían una familia y amigos, que se habían enamorado y les gustaba reírse, pero que sin embargo la potencialidad del mal ganó por sobre la del bien. Y a todos nos puede pasar. El mal existe y está dentro nuestro. Cada persona que integra este mundo tiene la potencia de mal para ser Hitler, de la misma manera que tiene la potencia de bien para ser Mandela. La pregunta es qué hacer con lo que somos y preguntarnos de antemano quién podemos ser. Esa es nuestra responsabilidad. Hacernos cargo de nuestras posibilidades, para enfrentarlas y trascenderlas. Preguntarnos acerca de nuestros estados de arrogancia, de resentimiento, de traición; lugares dentro nuestro donde radica la venganza y el odio. Qué cosas malas nos encienden, qué nos pasa con el sufrimiento. Porque existen y no reconocerlo es un peligro, no sólo para uno, sino para la humanidad. Porque si creemos que somos buenos y solamente buenos, el momento en el que la realidad te exija una postura moral y ética desafiante, seguramente te agarre por sorpresa algo que no sabías que tenías. Solzhenitsyn decía que “la debilidad de la consciencia es una amenaza para la humanidad”, porque esos son los seres más vulnerables a ser atraídos por el mal. El mal se enfrenta con valentía porque es necesario observarse a uno mismo en esos lugares donde uno no quiere buscar. Hay que vérselas con la sombra. Todos somos Caín y Abel.