“[…] luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor”.
“El Ojo Silva”, R. Bolaño
En el capítulo I de Facundo, “Aspecto físico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas que engendra”, Sarmiento dice:
Si no es la proximidad del salvaje lo que inquieta al hombre del campo, es el temor de un tigre que lo acecha, de una víbora que puede pisar. Esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en las campañas, imprime, a mi parecer, en el carácter argentino, cierta resignación estoica para la muerte violenta, que hace de ella uno de los percances inseparables de la vida, una manera de morir como cualquiera otra, y puede, quizá, explicar en parte, la indiferencia con que dan y reciben la muerte, sin dejar en los que sobreviven impresiones profundas y duraderas.
La resignación y el estoicismo son ambos defectos del carácter. La primera es la medicina de los pusilánimes; la segunda —y a pesar de su popularidad entre la gente enamorada de la palabra resiliencia— la justificación que prescribe esa medicina. Sin embargo, y sin sugerir de ninguna manera que Argentina “nunca se termina de hundir” (algo que sería ignorar al sector de la población que vive bajo la línea de pobreza), nuestro país tiene un curioso rasgo de rebeldía intempestiva, de coraje inútil que se manifiesta a veces, como en Qatar, a pesar de las heridas latentes de su cuerpo.
Arrojar la vida a los bárbaros como una moneda a un mendigo es un atributo por lo menos de orden poético (y por lo tanto suficiente para complacernos a los argentinos). Desde Sarmiento hasta nuestros días, la vigencia de este extraño atributo que endiosa el pecho del que recibirá (indiferente) la bala hace que me pregunte si puede, entonces, esa “inseguridad de la vida” haber migrado del habitual acero de los gauchos a las vicisitudes económicas del país.
¿Es acaso la inflación o cualquier otro de los componentes del descalabro económico el percance inseparable de nuestra vida? ¿Es acaso la vida violenta (y ya no la muerte) el destino obligado de los nuestros? La genética del argentino necesita de un antagonista imbatible para su supervivencia, y por eso la frase de Sarmiento es más actual que nunca. Pero como un sueño enmascara los arcanos designios del inconsciente, el tiempo y la literatura han encriptado su expresión simplificada, y es quizás nuestra tarea asignar nuevamente los roles y protagonistas del drama.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
“Poema conjetural”, J. L. Borges.
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
En su famoso poema, Borges también insinúa que la muerte violenta es inseparable del destino sudamericano; Francisco de Laprida morirá entre ciénagas a pesar de haber anhelado una vida entre libros y dictámenes; dicho de otro modo, Francisco de Laprida es hoy un joven abogado nacido en San Juan, que soñó con el presunto futuro que le asegurarían la universidad y las leyes, pero que terminará empobrecido, entre las calles de Microcentro, o exiliado en alguna isla del pacífico limpiando baños.
Nada puedo decir a modo de conclusión, porque tampoco hubo argumento. Diré sólo que esa “resignación estoica” (o elegía del derrotado) sigue presente en nuestros días, pero necesita su razón de ser. Antes la justificó la extensión terrible de nuestro territorio; hoy, el puño invisible de la economía.
Ilustración por Eugenia Mackay