El pueblo de Saint James Road despertó con un viento gélido que removía el seco polvo semi desértico y congelaba los huesos de los buscadores de oro y fortuna, mal tapados en frazadas viejas. Dos hombres se encontraban enfrentados en la ruta que daba nombre al pueblo, cercano a Sierra Nevada. Ambos se miraban a los ojos apuntándose con dos Colt 45 y un Schofield de Smith & Wesson a ocho pies de distancia. Se trataba del viejo John Earp Johnson, al que todo el pueblo llamaba Jon-Jon, y Jaime Muñóz Wesley, “El Jefe”. Jon-Jon había llegado hace más de quince años a Saint James Road en busca de oro, y había abandonado su sueño millonario hacía, por lo menos, siete años, para comprar unas tierras a seis millas del pueblo con la poca fortuna que había conseguido. El Jefe era el hijo bastardo de una criada mexicana y un general texano, quien le había cedido todas sus posesiones cuando el hijo ilegítimo demostró su valía en la Guerra de Secesión y todos sus hijos matrimoniales fueron mujeres. Se trataba de cuatro parcelas y quinientas cabezas de ganado.
Los terrenos se encontraban separados únicamente por un arroyo que actuaba de frontera entre los hombres.
Jon-Jon sostenía sus Colt desde su cadera, formando un ángulo de noventa grados con sus brazos. El Jefe apuntaba a la cabeza del viejo con su brazo derecho extendido y su Schofield fuertemente estrujado en su guante negro de cuero. Sólo el viento interrumpía el silencio infernal que formaba la escena, hasta que Bill “The Kid” se apareció, saliendo del salón con sus reconocidas botas blancas hueso. Bill era sólo un adolescente lampiño al cual no había que confundir con el legendario Billy the Kid, pero ya portaba dos revólveres comprados por su padre, el estanciero más rico de la región.
Bill miró somnoliento la escena.
—What’s up, partners? —preguntó mientras levantaba levemente su sombrero, también pálido—. ¿Puedo preguntar por qué ya nos estamos apuntando cuando todavía no es la hora del desayuno?
—Este brownie mal parido quiere joderme otra vez, Bill. Pero esta vez el viejo Jon-Jon no se lo va a permitir. ¡No, señor! Le voy a meter una bala.
—¿Yo lo estoy jodiendo, gringo? Fue este viejo loco quien robó parte de mi ganado. Tuve suerte de encontrarlo de frente, si no, el hijo de puta me habría disparado por la espalda, el muy maricón —contestó El Jefe.
—¡Nadie te hubiera disparado por la espalda, bastardo! Jon-Jon será viejo y loco, pero nunca un cobarde.
—Bueno, bueno, obviamente se encuentran en una discusión de lo más interesante, caballeros —observó Bill mientras se sentaba en los escalones de madera y encendía un cigarro—. ¿Pero cómo terminaron en este pleito? ¿Dijiste algo del ganado, Jefe?
—Sí, Bill. Jon-Jon tomó veinte vacas Polled Hereford de mi propiedad. Es un puto ladrón.
—No, no, no —sostuvo Jon-Jon golpeando el suelo con su bota izquierda con cada negación—. Las vacas cruzaron el arroyo solas. Jon-Jon simplemente las tomó como rehenes.
—Well, Jon-Jon. No es muy caballeroso tomar inocentes como rehenes, ¿no es cierto? Sobre todo cuando son unas pobres vacas sin mucha idea de lo que sucede. Ya sabes, son un poco lentas. Tal vez puedas entenderlo tú especialmente, viejo camarada —replicó Bill mientras se acercaba a El Jefe para meter un cigarrillo en su boca, como este le había pedido.
—El brownie comenzó todo, Bill. El pobre Jon-Jon es una víctima, goddammit!
—Bueno, señores, creo que esto puede ser fácilmente solucionado con una conversación adulta, o mejor con una partida de naipes. ¿Qué les parece si bajan sus armas? —propuso Bill.
—¿Estás loco, Kid? El viejo puede dispararme mientras bajo mi Schofield. No, gracias —dijo El Jefe.
—Yeah! Jon-Jon no bajará una mierda tampoco.
—Mmm… en ese caso sólo hay una solución —y con un rápido movimiento, Bill sacó sus revólveres y apuntó a los hombres—. O bajan las armas o les meto un tiro a los dos.
Ambos miraron a Bill, luego entre sí, y luego rieron.
—Jon-Jon no baja una mierda. ¿Qué me dice que no le meterás un tiro cuando baje su arma?
—Es verdad, Bill. No tenemos garantía alguna de que no nos matarás de todas formas. Eres el hijo rico de una tierra sin ley. Confío en ti tanto como en la serpiente que promete no morder.
—Well, shit. You’re right, boys —contestó Bill mirando el suelo, perplejo—.
Sin embargo, en ese momento los diez mineros de Saint James se acercaban, en su camino diario a la mina.
—Hey, boys! ¿Les gustaría ayudarnos a resolver este problema en el que nos hemos metido? —les preguntó Bill.
—¿Nos hemos metido? Tú te has metido solo, Kid —replicó El Jefe.
—¿De qué se trata, Kid? —preguntó Clay Garret, líder de los mineros.
—Well, estos caballeros tienen una pequeña disputa entre manos. Jon-Jon le robó unas vacas a El Jefe…
—¡Tomé de rehenes!
—Bueno, eso, “tomó de rehenes”. Y afirma que lo hizo porque… ¿Por qué era que lo habías hecho, Jon-Jon?
—Jon-Jon lo hizo porque this motherfucking brownie sigue robando mis tierras. El arroyo está moviendo su caudal hacia las tierras de Jon-Jon. Cada vez que Jon-Jon intenta mostrárselo al brownie, ¡este lo saca a punta de pistola! Jon-Jon sólo pide lo que es suyo.
—La parcela de Jon-Jon pertenecía a mi padre. El trato era simple: el arroyo marca el límite, si el puto arroyo cambia su caudal, no es mi puto problema —dijo El Jefe.
—Son of a bitch!
Ambos se volvieron a apuntar con fuerza.
—Wait. Wait, gentleman. Dejemos que los señores den su opinión al respecto —interrumpió Bill, quien no había dejado de apuntar a ninguno de los dos, excepto para llevar otro cigarro a su boca.
—¿Y tú cómo terminaste metido en esto, Kid? —preguntó Garret.
—Me ofrecí muy caballerosamente para terminar con su problema de morir baleados.
—¿Amenazándolos con meterles una bala?
—¿Qué otra forma hay de convencer a alguien?
—¿Y por qué no bajaron sus armas?
—¿Confiarían en que Kid no les dispararía si estuvieran en nuestra posición? —cuestionó El Jefe.
—Okey, creo que la solución es que votemos quién tiene la razón en todo este embrollo. Jefe, ¿tu ganado se encuentra marcado?
—Por supuesto.
—Entonces me parece obvio que tú tienes la razón. ¿Qué dicen ustedes, muchachos? ¿El Jefe tiene razón?
Cuatro hombres levantaron sus picos en señal afirmativa.
—Well… shit. ¿Eso significa que para ustedes cinco Jon-Jon tiene razón?
—Yeah, boss. El Jefe está siendo injusto con el viejo Jon-Jon. Ya tiene suficiente tierra, ¿de qué le sirve robarle a un pobre viejo loco? —respondió uno de los mineros.
—Ahora sí nos hemos metido en un aprieto, boys. ¿Cómo podemos resolver este empate? —preguntó Garret.
—That’s easy! —expresó Bill—. Yo llegué primero, así que yo tengo el voto ganador.
—No way! —dijo Garret—. Si no confiamos en que no le meterás un tiro a alguno de los dos, ¿con qué autoridad puedes decidir quién lleva la razón?
—Mi autoridad es el plomo de mis revólveres, boss.
—¿No nos llamaste aquí para resolver este pleito, Kid?
—Yeah. Y no lo pudieron resolver, así que ahora vuelvo a tener el control
Los mineros sacaron sus Colt de entre las sucias camisas, o sostuvieron sus picos en alto, listos para usarlos. Kid entonces apuntó a los mineros con una mano y con la otra alternaba entre Jon-Jon y El Jefe.
—Ahora sí estamos jodidos —observó Kid.
—Creo que necesitamos una tercera parte que resuelva esto —dijo Garret cuando pasaron unos minutos y nadie bajó su arma.
—¿Qué tal Masterson? Seguro pasa por aquí de camino al salón en cualquier momento —propuso uno de los mineros.
—No way! Vendrá con su carabina Sharp y estaremos en la misma situación. Necesitamos a alguien no armado que resuelva la disputa entre Kid y nosotros, para que podamos resolver la disputa entre Jon-Jon y El Jefe —contravino Garret.
—He’s right, boys —apoyó Bill.
—Entonces yo puedo ayudarlos —se escuchó a las espaldas de todos, obligándolos a mirar en esa dirección. Era el padre O’Connor—. Como hombre de fe puedo guiarlos por la senda correcta y proporcionarles…
No llegó a terminar su frase cuando una lluvia de balas lo dejó acribillado ahí mismo.
—Bien. ¿Qué otro gringo puede ayudarnos a resolver esto? —continuó El Jefe mientras todos se volvían a apuntar.
—What about a gringa, cowboys? —Madame Le Fleur salió del salón con su gran sombrero. Señora de las tres prostitutas locales, hablaba con un acento francés, aunque todos sabían que había llegado de Tennessee. Había escuchado toda la escena mientras tomaba una copa de ginebra. Su desayuno diario.
—Todos ustedes son clientes míos, al menos dos veces por semana, por lo que no tendré favoritismes. Me encuentro armada como toda madame intelligente, pero es con mi vieja Derringer, que sólo mata a quemarropa. Y, más importante, necesito que este problème se resuelva de forma pacífica o perderé la mitad de mi clientèle. Ya perdí a uno —dijo mientras observaba el cadáver del padre O’Connor.
Los hombres se miraron mutuamente y afirmaron con la cabeza.
—Très bien. Commençons, alors. Garçons, ¿ustedes se encuentran en un empate técnico, verdad? —preguntó Madame a los mineros.
—Sí, Madame —contestó Garret—. Cinco votos contra cinco.
—¿Existe la possibilité de que alguno de ustedes cambie de opinión? ¿No creen que fueron un poco précipités en sacar sus armas?
—Bueno, tal vez, Madame.
—J’ai pensé ça. Mientras lo charlan, Bill, ¿tienes alguna idea de cuál es tu opinión con respecto a esta disputa o sólo querías enseñarnos tus belles revolvères? —Bill the Kid respondió con una risotada.
—You’re right, Madame! No sé muy bien qué pienso al respecto. Sólo quería que los caballeros bajaran sus armas.
—Tal vez sería un buen primer paso que bajaras tus armas. ¿No crees, Bill?
—I’ll think ‘bout it —respondió Bill con una sonrisa bajo su blanco sombrero.
—Ça marche. Y ustedes, señores… Jon-Jon, como gesto de buena voluntad, ¿qué te parece devolver la mitad del ganado? Todavía te quedará una parte para negociar. Y tú, Jefe, te encuentras en una posición bastante sólida. Puedes recuperar tu ganado y sólo perderás unos pocos mètres de tierra que no eran tuyos para comenzar. ¿Puedes cederle un poco de toda esa tierra que tienes, si así lo deciden estos caballeros? Pour moi, mon amour.
—Si es por ti entonces puedo pensarlo —El Jefe parecía haberse sonrojado levemente bajo su frondosa barba negra.
—¡Jon-Jon también se lo pensará! —dijo orgulloso el anciano buscando ser blanco también de los coqueteos de la Madame.
—Très bien, très bien. Caballeros, ¿llegaron a un veredicto? —preguntó Madame a los mineros, quienes habían discutido en susurros mientras todos los involucrados parecían relajarse y los cañones de las armas se bajaban lentamente.
—Yes, Madame Le Fleur —contestó Garret—. He decidido cambiar mi voto. El arroyo no puede ser una frontera, al menos no una suficiente. Proponemos un vallado que divida efectivamente las propiedades.
—Excellent ! —festejó Madame.
—Wait a sec! —interrumpió Bill—. Yo también he llegado a una conclusión. El robo de ganado no está justificado. Es la propiedad de un hombre y eso está por encima de sus problemas fronterizos; si hay un culpable, es el viejo Jon-Jon.
—Entonces no pienso bajar mi arma. El Niño me ha dado la razón a mí —dijo El Jefe.
—Pero los mineros fallaron a favor de Jon-Jon. Así que tampoco Jon-Jon baja una mierda.
—Kid you motherfucker! La has vuelto a cagar ¡¿Por qué no cerraste el hocico, fucking púbero rebelde?!
—¡¿A quién llamas púbero, sucio minero?! ¡Lo único que recogen en esa mina es su propio excremento, montón de faggots!
Todos volvieron a apuntarse.
—Merde —murmuró Madame—. Siempre lo mismo con ustedes, malditos hombres. ¡Lo único que saben hacer es matarse entre ustedes como un montón de animales para luego venir a fornicar y tragar hasta que sus putain de verges parecen petits vers! Malditos salvajes sin uso de razón —dos pequeñas Derringer aparecieron desde las mangas de Madame, quien con un rápido movimiento las apoyo en la cabeza de los dos hombres que tenía más cerca, roja de furia.
—And now… What should we do?
—Esperamos que algún son of a bitch comience a disparar.
—¿Y si ninguno dispara?
Bill the Kid lanzó un largo silbido que calló la discusión.
—Well, gentlemen. Esta situación ya me cansó. El Jefe va a recuperar su ganado y la frontera continuará siendo el arroyo, como siempre lo ha sido. No me gusta nada esta charla sobre propiedad cambiando de manos únicamente porque alguno piensa que es injusto. Si continuamos en este camino terminarán incluso afirmando locuras, como que mi padre debería ceder tierras a los menos afortunados. Y eso no me hace ninguna gracia. Así que haremos lo siguiente, gentlemen: ustedes, mi querido grupo de mineros, tienen dos opciones, un camino sencillo y conveniente, como una dulce pradera primaveral, o uno difícil y mortífero, como subir una montaña en pleno invierno. Les ofreceré cinco dólares a cada uno de ustedes que decida apoyar a nuestro noble Jefe. Que su piel brownie no los engañe, su tierra fue ganada legítimamente. Ahora bien, si deciden no aceptar el dinero entonces me veré obligado a llamar a ciertos hombres que trabajan en las plantaciones de mi padre, diestros con el rifle y listos para acabar con la vida, porque ya lo han hecho antes, varias veces.
Algunos de los mineros bajaron sus armas y se miraron esperando una reacción.
—No se preocupen, boys —continuó Bill—. No tienen que decidirlo ahora. Les daré unos minutos. En cuanto a usted, mademoiselle, le ofreceré cincuenta dólares, sin amenazas. Sé que es suficientemente inteligente para aceptar el trato sin recurrir a medios innecesarios, y usted sabe que tengo la suma, no necesita verificarlo.
Madame Le Fleur también parecía dudar.
—Pero… pero… no le pueden hacer esto al pobre Jon-Jon —el anciano estaba enormemente afligido—. Me están robando.
—Cállese, anciano —respondió Bill sin mirarlo—. Usted quiso terminar por las malas cuando robó el ganado.
—¡No robe nada, goddammit! Tome… —sus palabras se vieron cortadas por los cañones de Bill, que ahora únicamente apuntaban a su frente.
—Me importa una mierda —respondió tranquilamente Bill—. Mi próximo tiro irá entre tus cejas. ¿Han tomado una decisión ya?
Madame Le Fleur había guardado sus pequeños revólveres definitivamente. Se acercó a Bill y acariciando su hombro le susurro:
—Espero el dinero esta noche —ya no quedaba acento francés en su voz. Luego miró al pobre Jon-Jon—. Lo siento mucho, cariño—acomodó su sombrero y volvió a entrar al salón, lista para la segunda copa del día.
Bill ahora observaba a los mineros
—¿Y ustedes, gentleman?
—Jefe —dijo de repente Garret tras un largo e incómodo silencio—. ¿Estás de acuerdo con lo que está sucediendo aquí?
—No —contestó el bastardo—. Pero tampoco voy a dejar que me vuelvan a pisotear. Son mis tierras. Y mi ganado.
—Damit. No me gusta nada esto, folks. No me gusta nada de nada. ¿Vamos a dejar que Bill nos ordene de esta forma? Si no plantamos una posición ahora entonces podrá venir y hacer lo que quiera con Saint James Road. Y ningún motherfucker le ha dicho nunca a Clay Garret que es lo que debe hacer, excepto mi padre. No sé quién de estos hombres tiene razón en este fucking pleito, pero de lo que estoy seguro es de que esta no es la forma correcta.
Bill sólo respondió con una risita.
—Les doy diez segundos, señores.
—One —algunos mineros parecían dudar nuevamente.
—Two —uno de ellos miró a Garret, quien continuaba firme apuntando a Bill.
—Three.
—Si alguno se mueve, lo acribillo —afirmó Garret a sus hombres.
—Four —los pies se movían, incómodos.
—Five! —con más fuerza en su voz.
—Six! —un grito pareció escucharse a lo lejos.
—Seven! —definitivamente se escuchaba un grito proveniente de la colina.
—Who’s that?
—Eight…! —Bill intentó continuar, pero ya nadie le prestaba atención.
—Creo que es Johnny Red.
— ¿Johnny Red? ¿Qué es lo que quiere?
—¿Está diciendo algo de un ataque?
—Shut up. No puedo escucharlo bien.
Johnny Red llegó en su caballo pinto, envuelto en una densa nube de polvo.
—¡Muchachos, los indios! ¡Los indios han atacado la granja de los Coleman! ¡Lo he visto y me he venido a avisarles!
Todos bajaron sus armas.
—¿Los indios?
—¡Sí, los indios! Si nos apuramos podemos alcanzarlos en el cruce antes de Calamity.
Se extendió el silencio mientras nuevamente los hombres se miraban entre sí.
—¿Pues qué mierda estamos esperando, yankees? ¡Vamos allá! —los caballos relincharon, los gritos llenaron el aire, ¡Yee Haw! ¡Iupiii!, dispararon al cielo y en menos de diez minutos Saint James Road volvió a un silencio absoluto, con excepción de los gélidos silbidos del viento que removía el polvo desértico haciéndolo bailar entre las cabañas y el cadáver del padre O’Connor (Dios lo tenga en su gloria) y el salón.
The End.
Ilustración por Eugenia Mackay
Muy divertido taaaan real!