La espada en la piedra

Me gustaría decir que este texto es mío, pero si alguien es de verdad su autor, esa es mi madre, Gianna. Porque me enseñó a leer. De verdad.

Borges tiene un manejo mágico de la forma y contorno que es capaz de darle a su literatura. Un contorno que trasciende el fondo de lo que narra; una forma que vive y opera por cuenta propia. Este fenómeno que observé tan pronto toqué su literatura me dejó trémulo, conmovido, profundamente impresionado.

Avanzando a tientas por su obra, un día me percaté del uso sofisticado y perfecto que tenía sobre lo épico, entendiendo por lo épico la técnica alquímica que emplea para crear épica (verán que ciertas cuestiones metodológicas me tienen sin el menor cuidado. Y pensar que en algún momento me consideré apto para hacer un doctorado en Pittsburgh).

Uno espera (yo esperaba, porque así había sido mi experiencia hasta entonces) encontrar la épica en el fondo; es decir, en la historia narrada. Por ejemplo, en la decisión de un hombre de batirse a duelo para salvar su vida, su honor o la verdad que atesora en lo profundo de su corazón. Pero Borges es capaz de hacer que lo épico vaya por un camino distinto que confundiéndose lógicamente con la materia de fondo hace de ésta incluso algo más vigoroso. Borges crea épica a partir de los sonidos que denotan las palabras que elige y del lugar en el que elige colocar esas palabras. Así de extravagante es la tesis que vaga como mis definiciones hoy compartiré.

Véase este fragmento de “El jardín de senderos que se bifurcan”, en Ficciones:

Me pareció increíble que este día sin premoniciones ni símbolos fuera el de mi muerte implacable. A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un niño en un simétrico jardín de Hai Feng ¿yo, ahora, iba a morir? Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí.

La repetición, como engranaje de lo épico, ya se usaba en las epopeyas —en la Ilíada y la Odisea, por ejemplo, donde aproximadamente un 25% de las palabras se repiten (fundamentalmente por el uso de epítetos)— y luego en los cantares de gesta, donde los juglares del medioevo usaban esta técnica para que la audiencia, poco letrada, mantuviera la atención. Por su parte, Borges repite palabras para crear este reflejo y aura propios de lo épico, pero se las ingenia también para, en ocasiones, repetir los sonidos de las palabras sin necesariamente repetir la palabra.

Véase nuevamente la cita anterior, pero sustituyendo esta vez cada palabra por una letra que refiera a su entonación; es decir, al hecho de si es aguda (A), grave (G), esdrújula (E), átona (AT) o tónica (T)1. Obtenemos lo siguiente:

Al hacer esto, descubrimos que estos patrones se repiten:

  1. AT-AT-G-G-AT-A (de 13 a 18¸ de 19 a 24, de 36 a 41).
  2. AT-A-G-AT-G (de 1 a 5, de 25 a 29).
  3. G-AT-G-AT-G-AT (de 45 a 50, de 55 a 60).
  4. AT-G-AT-AT-G-G-AT-G (de 58 a 65, de 77 a 84).

Ni hablar si buscamos patrones de menos combinaciones, de tres o cuatro palabras, tan válidos y certeros como cualquier otro. Yo me propuse, por pereza o por vanidad, buscar aquellos que como mínimo tuvieran cinco palabras, pero la búsqueda del tesoro entre las partituras de Borges no está completa y aún hay mucho por descubrir. Veamos ahora qué nos dicen los patrones encontrados:

Si hacemos alguna mínima modificación, pulimos alguna aspereza, acortamos la tercera combinación de G-AT-G-AT-G-AT a G-AT-G y hacemos un uso específico de la última palabra que usa Borges para concluir su composición, “mí”. Descubrimos que Borges escondió, en este fragmento, un poema:

Me pareció increíble

De mi muerte implacable,

a pesar,

de mi padre muerto,

a pesar,

de haber sido un niño,

Feng yo ahora,

iba a morir.

Todas las cosas, siglos de siglos,

Y sólo en el presente ocurren los hechos,

Y todo lo que realmente pasa,

Me pasa a mí.

Por eso, quienes se reducen a discusiones y posiciones como “la poesía de Borges es mejor que su prosa” no hacen sino decir ridiculeces: la prueba de que Borges es un gran poeta es, casualmente, su prosa.

Pero Borges ataca por todos los frentes y por todos al mismo tiempo. El fragmento tiene un campo semántico alrededor de muerte (aparecen las palabras muerte, muerto y morir) y está “puntuado” a partir de la combinación de palabras a pesar de; combinación tripartita que podríamos definir como el sonido que produce la adversidad cuando se supera (¿y qué adversidad es más grande que la muerte?). Esto no lo digo yo, sino Thomas Mann: “[…] casi todo lo grande que existe, existe como un a pesar de, y adquiere forma pese a la aflicción y a los tormentos, pese a la miseria, al abandono y a la debilidad física, pese al vicio, a la pasión y a mil impedimentos más”.

También el fondo de este fragmento es profundamente épico, condición necesaria para que se produzca lo épico (sin esto, ni el esteta más talentoso puede hacer que una historia irónica deje de serlo). Aquí, la figura del hombre, finito e insignificante frente a los designios del universo y las leyes que dicen que hoy él debe morir, establece un intertexto con una tragedia harto conocida: “I’m dying, Horace”, dice Hamlet cuando descubre que el veneno ya corre por sus venas y nada puede hacer para evitarlo. Por el mismo lado, la palabra “yo” no puede pasarse por alto; es una manera de destacar esa singular individualidad, esa soledad lúcida ante una muerte segura. La palabra “yo” logra lo que en el cine se hace con un primer plano: vemos el rostro del hombre que pronto se morirá. Por último, el pronombre personal “mí”, única tónica del fragmento, única en su sonido, es el golpe maestro que cierra la composición.

***

Luego de lo que podría catalogarse sin ninguna duda como una delirante pérdida de tiempo, pero antes de rendirme por completo ante lo que claramente demuestra que la perfección existe y es humana y es la escritura de Borges, enumeraré mis conclusiones:

  1. Todos aquellos que escriben evitando a Borges, “como si no existiera”, para evitar su influencia (dicen) o para “crear una literatura después de Borges” (primero, como si fueran capaces; segundo, como si una literatura así valiera la pena), no sólo son unos pusilánimes que temen usar las fibras más poderosas de la literatura, sino que además cometen un error fatal. Es mejor ser un intérprete de Borges, como así los hay de los grandes compositores, que ser fulano de tal.
  2. Si se va a optar, entonces, por una carrera en la literatura y por ende, para no ser mediocre, se va a optar por ser un intérprete de Borges, sólo hay que procurar ser un intérprete brillante.
  3. Para ser un intérprete brillante, la primera condición es fácil: nada de esto puede lograrse sin un dominio perfecto del español, de su gramática y sobre todo de su puntuación. Borges lo tenía.
  4. La segunda condición depende del favor de las musas. Hay que saber tocar la literatura de Borges. Hay miopes que caen en la copia de sus argumentos (de marca muy registrada), y otros que hacen algo más grave: intentar recrear su música utilizando palabras que sólo pertenecen a Borges, como acaso, incluso, conjetura, laberinto, cuchillero, entrevera, prefigura. Para tocar bien su literatura hay que escribir como lo haría él, en esta época y con las dinámicas específicas que atraviesan esta época, pero hacerlo sin ser Borges, hacerlo copiando su técnica alquímica de repetir los sonidos sin necesariamente repetir la palabra.
  5. El último corolario es una imprudencia, un sacrilegio imperdonable. Un suicidio.
  6. Hay que reescribir a Borges.

***

En mi mente suena ya una variación que es de algún modo más épica.

Me pareció increíble que este día sin premoniciones ni símbolos fuera el día de mi muerte implacable. Yo, a pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un niño en un simétrico jardín de Hai Feng, ¿yo, ahora, iba a morir? Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos y siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí.


[1] El nombre propio Hai Feng lo pronuncié en un inglés argentinizado, tal como hablaba Borges.

Ilustración por Eugenia Mackay

2 thoughts on “La espada en la piedra

  1. Lo que explica tan pormenorizadamente el análisis, lo he intuido en la musicalidad de la prosa borgeana. La cadencia propia del verso se plasma, se percibe en los giros, en la elección del vocablo exacto y no otro. Es un genio, porque sigue siéndolo.
    El análisis me pareció no una pérdida de tiempo sino una particular manera de penetrar el genio de Borges. Creo con el autor que Borges tenía un conocimiento amplísimo del español y su sintaxis. Aunque pueda advertirse, y él lo ha dicho, un trabajo posterior de selección de términos y correcciones, tiene la maestría del genio. Es una fiesta leer su obra.

  2. Gracias por el análisis, Serafín. Así como vos sos un Borgeano de la primera hora, yo soy un “Leivista” desde los tiempos de Emilia Ghelfi. Abrazo.

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