[…] el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra, entre celajes y vapores tenues, que no dejan, en la lejana perspectiva, señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo.
Facundo, D. F. Sarmiento
A Nahuel Paz
—“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche […]”. Dale, boludo… puede ser algo hermoso y también una nada, una frase ampulosa que uno acepta porque es Borges; si fuera otro, lo manda a la mierda por engolado— me dijo Nahuel.
Era de noche, hacía frío y había mucho viento; la cerveza que estábamos tomando no era tan espirituosa como para combatir el mal temporal. Pero seguimos la conversación un rato más, discutiendo muchos temas distintos. Yo anoté su comentario sobre la colocación de Borges en una libreta que había llevado adrede al encuentro (siempre hay que anotar las cosas que dice Nahuel). Nos despedimos cerca de las doce, ajusté mi bufanda y me fui dándole vueltas a todo lo que me había dicho, pero especialmente a su asunto con la “unánime noche”.
***
Las nueve o diez cuadas que separan el bar de mi casa me permitieron concluir lo siguiente: Nahuel Paz tiene razón; la colocación unánime noche es algo hermoso o es nada. Pero Nahuel Paz tiene una razón incompleta, una casi razón. La colocación unánime noche es la condición necesaria para que el cuento de Borges exista; sin esa precisa combinación de palabras el cuento no existiría, o existiría de una manera diferente; tal vez hablaríamos de ruinas hexagonales. He aquí la justificación:
“Soñar a un hombre” es otra manera de decir “crear a un hombre”. Que un hombre quiera crear a otro semejante es intentar arrogarse una potestad que sólo les corresponde a los dioses. Que un hombre quiera crear a otro significa que ese hombre quiere alcanzar la estatura de la divinidad inmortal y perfecta; este es un mal (me ampara el saber convencional) que aqueja al género de la humanidad. Si tomamos la colocación unánime noche y la reemplazamos por su definición (como en una fórmula matemática), podemos decir que significa “la noche en la que todos los hombres coinciden”. ¿Pero cuál es esa noche en la que todos coinciden? Tiene que ser una noche de insomnio, de cavilaciones, de ambición: es la noche que le quita —o le induce— el sueño al protagonista, y por voluntad, deseo o decisión unánime es la noche que sobrevuelan el resto de los hombres: la noche en la que sueñan, pecadores, con ser un dios todopoderoso.
“Nadie lo vio descender en la unánime noche” quiere decir, en realidad, “nadie imaginó que él también se rebajaría a esa común ambición”. “Nadie vio la canoa de bambú [el bambú de los hombres, que dobla con sus manos para hacer una canoa, artefacto de su invención] sumiéndose en el fango sagrado [el fango que le pertenece únicamente a los dioses, que moldearon en la antigüedad de los años para crear la vida]. Que la canoa —propiedad de los hombres— se suma en el fango sagrado es una metáfora de nuestra raza entrometiéndose donde no le corresponde. Por eso la frase: “Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”. Sólo un necio o un idealista quiere imponerle sus sueños a la realidad, peor aún si ese sueño —como en Babel— es una sacrílega abominación.
Para añadir a la observación preliminar de Nahuel, el final del cuento puede resultar incluso más decepcionante: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”; una frase increíble, impactante, hasta cruel, o una fábula trillada que nos leen a los seis años, de moraleja amansadora o sumisa: hay que ser humilde y reconocer nuestros límites humanos.
En cualquier caso, reformulo y doy por finalizado el asunto: la unánime noche puede ser algo hermoso y también una nada, como señaló Nahuel, pero es paradójicamente la única combinación para que el cuento exista como es y tenga un sentido ruin, porque el hombre se ha rebajado a quiméricos anhelos vulgares, y circular, porque su fin —crear a un hombre— fue también su principio: es otro quien lo soñó.
Ilustración por Eugenia Mackay