Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
Robert Frost , “The Road Not Taken”
Me tomaré la libertad de comenzar este texto aceptando que —probablemente— el juego de las expectativas me arruinó esta cinta incluso antes de verla.
Y eso se debe a tres razones: primero, la vi luego de los Oscars, cuando no pude escapar más este fenómeno de semanas en las que, tal como espera la industria, no se habla de otra cosa. Entonces, la vi luego de convertirse en una ganadora excepcional: una película de ciencia ficción, comedia y aventura (ya que no fuese una cinta bélica la hacía innovadora de por sí, más con una contrincante que parecía cumplir todos los requisitos como All Quiet on the Western Front) de un tema que sabemos no es el preferido de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (ni la mismísima Matrix en el 2000 logró ganar la estatuilla a mejor película). Con nada más y nada menos que Jamie Lee Curtis (razón suficiente para ver cualquier película) y hecha por un equipo que parecía haberse enfrentado a todas las adversidades (como todos sabemos —pues se han encargado de destacarlo lo suficiente— la película contaba con un presupuesto limitado, algunos trabajaron desde sus hogares durante la pandemia y varios del equipo de edición aprendieron a editar usando tutoriales de YouTube) y aún así crearon una cinta que casi todos calificaban como “una maravilla visual”. Una verdadera hazaña.
Hablar sobre el equipo me lleva a la segunda razón: los Daniels (Daniel Kwan y Daniel Scheinert), sus directores que vinieron al mundo únicamente a divertirse y que hicieron una de mis películas favoritas Swiss Army Man (2016), una cinta que apenas salió de la esfera de cine indie, de una estética hermosa, llena de humor y a la vez conmovedora y diferente a cualquier locura que hubiese visto antes. Descubrir qué habría hecho este peculiar equipo (que viene de la industria de la publicidad y los videoclips) esta vez me despertó una enorme curiosidad.
Y, por último, el tema de las realidades paralelas, que desde siempre ha sido uno de mis favoritos. Lo que hacía que la película me pareciera interesante de antemano, pero a la vez la enfrentaba en una competencia complicada, con producciones que (y con esto me adelanto) considero que le dieron un tratamiento más interesante (y por mucho): desde la sombría Donnie Darko (2001), hasta la ya demasiado conocida Interstellar (2014), pasando por una de la primeras en ahondar en esta temática: The Butterfly Effect (2004), una de mis favoritas personales: Mr. Nobody (2009), películas no tan conocidas pero igual de brillantes como Primer (2004) y Coherence (2013) o series de moda como Dark (2017) o Alice in Borderland (2020).
Pero, entonces ¿cuál es el problema de Everything Everywhere All at Once? Ya se habló lo suficiente de todos los aspectos positivos de la cinta (motivados en gran parte por todo lo que mencioné al inicio), que hacen resaltar aún más su originalidad y creatividad que en la práctica son innegables. Ahora, ¿qué podría haber funcionado mejor?
Para esto, retrocedo un momento al tema de la película: las realidades paralelas y qué nos hace tan propensos a interesarnos ante producciones que lo aborden. Como escribe Brian Greene en The Fabric of the Cosmos: “la creencia en realidades alternativas es una necesidad humana fundamental”. Es libertad y escape. Y obedece principalmente a dos principios: el primero es que es una necesidad que surge de nuestra propia limitación como seres humanos, una forma de reconciliación con nuestra vidas limitadas y finitas. El segundo es que nos da la libertad de imaginar todo lo que podría ser y nos permite encontrar consuelo en la idea de que las cosas podrían haber sido diferentes.
Sin embargo, y en contraposición, existe una tercera, que explica el por qué específicamente en esta época nos resultan tan atractivos estos temas y, al mismo tiempo, explica también el por qué, aun con la carencia de algo tan importante cómo lo que mencionaré en el siguiente punto, la película logra el efecto deseado en el espectador y algunos incluso la consideran igualmente conmovedora. La cuestión es que la película brinda el mensaje tranquilizador que esta generación —inconforme por naturaleza, en la permanente búsqueda de ese “algo más”, en plena época del FOMO y siempre con la sensación de estar “perdiéndose de algo”— necesita: no existe otro camino mejor que el elegido.
Ese mensaje al parecer necesario y poderoso, habla tan directamente al espectador que este decide pasar por alto algo que debería ser primordial en una película no sólo de este género, sino de cualquier otro: la emoción. Al intentar abarcar tanto (tantas historias, tantos géneros, tantas líneas de tiempo), la película no desarrolla lo suficiente a ninguno de los personajes como para que siquiera nos preocupemos por ellos.
Y no tiene nada que ver con las impecables actuaciones de Michelle Yeoh, Jamie Lee Curtis y Ke Huy Quan, que sin dudas merecen todo el reconocimiento recibido. Se trata de la forma en la que está escrita, un guión que decide dejar de lado totalmente aspectos elementales de la historia que nos impiden conectar con sus protagonistas. Es casi imposible para el espectador llegar a identificarse plenamente y generar empatía con el personaje de Evelyn Quan, a pesar de que —a nivel muy superficial— es una historia con la que cualquiera, en algún momento de su vida, podría sentirse identificado. Una premisa tan básica que raya casi en el lugar común: alguien que odia su vida tal como es en el presente, que siente que “no es buena para nada” pero está llena de sueños y frustraciones de todo lo que pudo ser (y que, de hecho, es mejor en otras realidades). Evelyn se siente atrapada en la rutina de una vida a la que no le halla el sentido, en las deudas de un negocio que en realidad no le interesa; con una familia que, al menos al inicio, parece estar totalmente desconectada. Lo tiene todo para que nos sintamos identificados, para que la acompañemos en el sentimiento, aun así no sucede.
Ni hablar del evidente problema de su hija Joy, quien resulta también ser la villana Jobu Tupaki, alguien cuyo dolor tampoco terminamos nunca de entender, no se explican bien los motivos, se siente forzada su motivación y esto termina eliminando el sentido de prácticamente toda la odisea que atraviesan las protagonistas y también desecha toda posibilidad de despertar emociones en el espectador al momento del desenlace, en el que su conexión como familia se ve restaurada. Toda victoria resulta vacía.
Sin embargo, al final nada de esto importa, siempre que el espectador obtenga la respuesta que necesita. Por eso, cuando llega el momento, se conforma con ese único mensaje, ese de que incluso en la realidad paralela de una vida perfecta de fama, dinero y lujos, Waymond y Evelyn no están juntos y, por tanto, son infelices.
Cuando en la escena del callejón, el personaje de Waymond le dice a Evelyn que en otra vida realmente “le hubiera gustado simplemente lavar ropa y pagar los impuestos con ella”, damos con la única certeza que desde un principio estábamos buscando: no existe una vida mejor que esa que elegimos.
Interesante análisis. Creo que el objetivo de la película no era que conectáramos con Evelyn de inmediato, pese a que es la protagonista, su misión era transmitir el mensaje al final. No considero que el mensaje central sea eso que dices: ”Estar en la permanente búsqueda de ese algo más y luego darnos cuenta de que no hay mejor camino que el elegido”, nunca fue el punto. Evelyn no es consciente de lo que hubiese sido de su vida ( de tomar otras desiciones) sino hasta que empieza a viajar; a explorar en sus existencias paralelas. Ella estaba dormida, parecía una máquina en automático desde el inicio. Nunca sentí que era una persona ”Buena para nada” ella simplemente estaba sumida en una rutina estresante, esclava de un negocio familiar en un país extranjero en donde apenas y tenía tiempo para pensar y razonar sobre lo que la rodeaba. No le daba bola a su marido, no le daba bola a su hija y solo se enfocaba en el trabajo y en satisfacer a su padre. Así la vemos desde un principio, un personaje incapaz de reconocer lo que está haciendo mal. Incapaz de estar presente. No nos sentimos identificada con ella sino hasta el final, cuando sucede el cambio, la reflexión que se viene desarrollando en su interior. La que ocasiona ese cambio es su hija, la villana de la historia. El papel de su hija fue genuinamente especial y para mí sí tuvo sentido el odio que sentía, no con su madre, sino consigo misma y nos explica el por qué, nos deja sentir su dolor y es intenso y por su puesto está relacionado con Evelyn. Por eso es tan poderosa la escena final, el diálogo entre ellas, ahí te dicen de qué se trataba todo. Y luego, su marido, otro papel fundamental e infinitamente hermoso, que siempre fue paciente y siempre amó a Evelyn desde la esparanza y el optimismo, también aprendemos de él y entendemos que siempre fue la base para mantener unida a la familia.
Me gustó leerte aunque tengamos puntos de vista distintos, entiendo que personas como vos analizan toda la cinta con un ojo crítico-cinéfilo, no siempre el más acertado (tampoco digo que mi visión lo sea) Solo me hace recordar el mensaje que Evelyn intenta transmitirle a su hija: ”Nada tiene sentido”.