Trilogía, de Jon Fosse

Piglia define al tono como la relación del que narra con la historia narrada. Por esto no funciona la novela Trilogía, de Jon Fosse, el último ganador del Nobel de Literatura. Porque su tono es el de alguien que escribe sin ganas, aburrido, que recita de memoria un texto que aborrece, como un estudiante mediocre que está por dar un oral1:

Qué haces, dice madre Herdis
y ahí está Alida y se baja del taburete
Qué tienes en la mano, dice madre Herdis
Hay que ver, dice
Eres increíble, dice
A esto has llegado, a robar, dice
Te voy a dar, dice
Robas a tu propia madre, dice
Hay que ver, dice
Eres igual que tu padre, dice
Chusma como él, dice
Y una ramera, dice
Mírate, dice
Dame el dinero, dice
Dame el dinero ahora mismo, dice
Serás zorra, dice madre Herdis
Suéltame, zorra, dice
Ni loca te suelto, dice Alida
Robar a tu propia madre, dice madre Herdis

El mismo tono continúa a lo largo de ciento cincuenta páginas. Se lo nota abrumado, como si el proceso de escritura fuera doloroso («¿cuánto más tengo que seguir escribiendo?»). Si la narración es el arte de entretener a una multitud o a un oyente con una historia que sólo uno conoce o que otros le han referido, Fosse ejecuta esa consigna con obstinación y su texto adquiere la forma de una información, de un chat descargado de WhatsApp.

En la Poética, Aristóteles dice que es mejor un imposible verosímil a un posible increíble. Claro que él no conoció el realismo mágico, que se parece más al “posible increíble” que al “imposible verosímil”. Por su parte, Fosse se empeña en hacer un imposible increíble:

[…] y Alida se encoge y chilla y se retuerce y logra decir que va a parir y que Asle tiene que buscar a alguien que pueda venir a ayudarla
Ayudar, dice él
Voy a parir, dice ella
Tienes que encontrar a una partera, dice
Sí, dice Asle

Por qué alguien hablaría su propia lengua en infinitivo es un misterio. Sin embargo, lo que es verdaderamente llamativo es que en una situación dramática, apremiante, el tono y el lenguaje del narrador sugieren (involuntariamente) otra cosa: displicencia. La escena raya lo ridículo. Parece una parodia contra uno mismo, mientras se quiere ser solemne. ¿Dónde están esos gritos, ese miedo, ese dolor y angustia de la mujer que está por parir, si sólo se dicen las cosas, pero no se gime, musita, o suplica?

Otra escena que me divierte: 

Oye, oye, dice
y agarra a la Muchacha por la melena y le tira
de los pelos
Ay, para, dice la Muchacha
Para tú, dice la Vieja
Serás puta, serás puta, dice la Muchacha
Puta dices, dice la Vieja
Puta, puta, dice la Muchacha
y consigue agarrar el brazo de la Vieja y se lo lleva
a la boca y lo muerde y la Vieja la suelta
Eres un demonio, un demonio, dice la Vieja
y su voz chirría
Así me lo agradeces, demonio, dice
Fuera, fuera de mi casa, dice
Fuera, puta, fuera, dice
y la Muchacha se abotona la blusa
Coge tus cosas y vete, dice la Vieja
Vete, dice
Ahora mismo, ya, dice
Volveré por mis cosas más tarde, dice la Muchacha
De acuerdo, dice la Vieja

Después de una pelea donde vuelan insultos y tirones de pelos y tarascones, la secuencia termina con un “Che, mañana paso a buscar mis cosas”, “Dale, tocá timbre”. 

El fondo de la novela no difiere de la realidad documentada por cualquier diario de la actualidad: un matrimonio joven con un niño a cuestas que no consigue alojamiento y que en algún momento cometen un asesinato. Léase como el avance de Airbnb y los problemas para conseguir vivienda, la falta de educación sexual, el no uso de métodos anticonceptivos y la lumpenización

Se ha encumbrado a Fosse por su lugar de enunciación: un dialecto, una lengua menor. Es decir, se le ha reivindicado por todo aquello que no tiene importancia alguna en la literatura. Esto reconfirma un hecho:  Fosse es un invento de la academia y lo mejor que podemos hacer como lectores es trazar nuestro derrotero bien lejos de las ceremonias suecas.


[1] Un lector me dice que esto no es así. Dice que el tono de un alumno aburrido o que está dando algo por compromiso puede variar porque puede ser un tono en el que alguien podría más y no quiere. Es como un alumno que contesta lo justo, pero del lado del docente podría estar la intuición de que hay mucho más y no tiene ganas y simplemente hace eso de querérselo sacar de encima. En ese tono, entonces, habría muchas diferencias. El tono de Fosse no es el de un alumno que está desganado, sino el de un tipo que escribe sobre temas que le son ajenos y que no le interesan en el fondo, pero es sobre “lo que hay que escribir”. Y eso se nota.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.