Listamos a continuación las críticas en un párrafo que publicamos en nuestras redes durante el mes de septiembre.
Queen’s Gambit (2020), de Scott Frank
Netflix tiene un curioso método de operar donde, por un lado, es heraldo del progreso, pero de un progreso forzado que termina metiendo a presión comentarios sobre el racismo y el feminismo que, aunque ciertos, a nadie sorprenden cuando la historia transcurre en los sesenta, y que además supeditan aquellas cuestiones estéticas a una mera intención política pecuniariamente premeditada (siempre puede optarse por hacer un documental). Por el otro lado, Netflix fomenta la pedofilia al poner a una actriz de veinticuatro años en el rol de una de trece. Aunque esta práctica está bastante extendida: vende más poner en el rol de un onceañero a un actor de veinticinco que es además modelo. La serie acierta en algunos aspectos, como el tormento inseparable de todo genio y la desmesura como regla general que rige esa genialidad siempre tormentosa. Hacia el final, un verdadero hecho sobrenatural y fantástico descoloca al espectador: que los rusos pierdan en el ajedrez.
Don’t look up (2021), de Adam McKay
Lo completamente verosímil. La captación perfecta del Zeitgeist; que, al ser nosotros hombres y mujeres de la época, parece revelarnos la verdadera naturaleza de nuestra especie: su estupidez irreparable. Algo que Hobbes y Rousseau pasaron por alto, algo que sólo esta comedia negra sabe comunicar. La ambición extrema, tan inexorable que ni siquiera se modera ante la destrucción del mundo; la ambición que rompe todo contrato. El consuelo de saber que frente a esa roca que detendrá la vida nos parecemos a los que admiramos; el consuelo de saber que en el olvido mi literatura y la de Borges son iguales.
How I Met Your Mother (2005-2014), de Carter Bays y Craig Thomas
Se nota cuando, en ese afán por lograr la perfecta esfera del círculo, se piensa el principio y el final de las cosas y no se improvisa según las veleidades del olvidadizo rating y del mejor postor. How I Met es la historia de un padre viudo que desdobla la narración. A sus hijos les narra la historia de cómo conoció a su madre, y a ellos, pero también a sí mismo (sin saberlo hasta el final), el recuerdo detallado de cada fragmento de su pasado que lo llevó a conocer a esa persona, para descubrir que, a la vista de todos (hijos y resto del público), en los arrabales de ese relato mal titulado que sin éxito él trata de priorizar, se nos revela desde el primer momento que la historia es la historia del amor de su vida y no de la madre de sus hijos.
12 Angry Men (1957), de Sidney Lumet
Cervantes narró la historia de aquel que defiende lo que sólo uno es capaz de ver; Lumet, la historia de aquel que defiende lo que sólo uno sospecha que puede ser visto.
Hell or High Water (2016), de David Mackenzie
La historia de dos hermanos que roban hoy para vivir mañana, y se mueven entre las inseguridades de la vida que imprime la Texas árida —las económicas y financieras y las que disparan los policías—, hasta que la ambición y la sangre se derraman.
Das Boot (1981), de Wolfgang Petersen
Si los ditirambos se hubieran escrito para el dios de la guerra, y hubieran sido performados no por el que se consume en el goce de los placeres carnales y las trampas de la insidiosa piel, sino por aquel que sabe que no podrá escapar de su destino y que observa sobrio el despilfarro de los suyos como si se tratara de “montoncitos de carne” que se dilapidan, y si además ese destino del que es imposible escapar fuera inseparable de la muerte que por todos lados acecha, en las bombas enemigas, en el aire que se escurre o en el agua que se filtra, y si a pesar de todo eso, esta composición no compartiera, ni por un solo momento, el tono derrotado o nostálgico de la elegía y fuera también la crítica del que vio en primera plana el destino trágico de Alemania y que logró escaparse de la garra horrenda de una muerte solitaria en el hondo mar para morir en la orilla junto a los suyos, si todo esto pudiera ser un ditirambo, esta película entonces lo sería.
Asalto a la casa de moneda (2021), de Jaume Balagueró
Una carrera de piratas entre (los que lógicamente no pueden faltar) España, Reino Unido y las petroleras. Como es común al género humano, para este tipo de escenarios complicados que no se complicarían en primer lugar si nadie se llevara lo que no es suyo, se propone una solución a la altura: un mesías de veinte años, ingeniero brillante, políglota, actor y hombre de acción, que sabe de memoria las fórmulas de Einstein pero que está empeñado en arreglarlo todo con “lo simple” y el mindfulness. Hay gente que se entretiene haciendo crucigramas y otros hacemos checklists sobre acontecimientos predecibles en una película; claro que aparecen sin dilación y en abundancia artilugios ya poco aggiornados como los de Misión Imposible: aparatitos que se conectan a la electricidad para alterar las cámaras, saltos acrobáticos, hackeos, traiciones, el beso con la chica prometida, etc. También el guionista —cumple pero le falta destreza (o tal vez está resolviéndolo todo con lo simple)— trata de esbozar una revelación epifánica sobre la quintaescencia de la pasión, para lo que recurre al fútbol, lo que no deja de ser una pobreza narrativa y una mala copia de Campanella.
La fille sur le pont (1999), de Patrice Leconte
La matemática tiene esa ideología paradójica y empalagosamente positiva y contemporánea de que menos por menos es más. Así, en blanco y en negro, sobre un puente en el río Sena, una joven desdichada que está por quitarse la vida se encuentra con un hombre que, como yeite, se gana la vida lanzando cuchillos en circos olvidados. La suerte de ambos cambia con esta platónica sociedad de dos que provoca a la muerte; siempre y cuando estén juntos (para que se cumpla la promesa de la matemática y porque separados serán siempre un número negativo). No sé quién salvó a quién en la oscuridad de su noche.