La Madonnita, de Mauricio Kartun

Buenos Aires, principios del siglo XX. Una historia de prostitución, ilusión y nostalgia, ruina y mezquindad.

En su afán característico por alcanzar potestades que no les corresponden a los mortales, el hombre se propone —como Frankenstein, que en su delirio quiso recrear la vida, o como los arquitectos de Babel, que en su arrogancia buscaron la altura de los dioses— enjaular a la nostalgia para venderla. 

Esta es la historia de un fotógrafo que esculpe el cuerpo de su mujer, cuerpo encorvado, rengo, mudo, según la luz que es capaz de proyectar sobre él, cuando lo prostituye. Y en esos irrisorios consuelos que pocas veces son justicia ocurre algo que no esperábamos que ocurriera: la mujer prostituida se enamora del hombre con el que se prostituye, y con esto nace una secreta ilusión, escondida temerosa en el brillo de sus ojos.

Pero en estos personajes vanidosos que desafían las leyes sagradas del universo siempre hay un punto de quiebre, alguien o algo que les hace pagar el precio de su abominación. Por celos, por vanidad, por posesión; por debilidades propias de la condición humana, es el mismo fotógrafo quien romperá esa ilusión, dándole muerte al amor de su mujer, sin saber que, al hacerlo, borra también lo mágico de sus fotos, y se queda sin la nostalgia que empeña —porque la nostalgia era la de su mujer anhelando una vida que no tendrá jamás—, y sólo queda lo mezquino, y lo “monstruoso” de su mujer, y lo monstruoso de él, y se da cuenta de que la estelar Madonnita se escapó en alguna de las fotos vendidas, y todo lo que sobrevino fue la ruina del ser humano.

Que esta obra esté hoy en el teatro Ítaca es un accidente, pero creo fervientemente que este accidente hace que la obra cobre un halo de mística coincidencia, porque en Ítaca también transcurre la historia de Penélope, la prostituida —porque Penélope no se aboca a la confección de un telar para ganarle tiempo a su Ulises, Penélope se prostituye, se acuesta cada una de sus noches durante todas sus noches con un pretendiente distinto, para confundirlos a todos, para no decirles nada—, porque Ítaca es también la ilusión de Ulises por volver a un lugar que nunca más será aquel que anhela su corazón, porque Ítaca también es la nostalgia de no recuperar el más feliz de los pasados, y de encontrarse con la miseria de su perro muerto, de su hijo adulto, de su tierra devastada; de su mujer prostituida.


La Madonnita, pieza de Mauricio Kartun, todos los domingos de octubre a las 19:30 en Ítaca Complejo Teatral (Humahuaca 4027, Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Dirección de Malena Miramontes Boim.

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