Milan Kundera, sobre nostalgia, memoria y algo más

Morir; decidirse a morir; es más fácil para un adolescente que para un adulto. ¿Qué? ¿Acaso la muerte no priva al adolescente de una mayor porción de porvenir? Sí, es cierto, pero para un joven el porvenir es algo lejano, abstracto, irreal, en lo que no acaba de creer.
M. Kundera, La ignorancia

Siempre recuerdo con humor por qué empecé a leer a Kundera en la secundaria. Como suele suceder con las cosas trascendentales, empezó de la manera más tonta. Simplemente me di cuenta de que aquellos adolescentes tristes y literarios que se jactaban de leer mucho siempre decían haberlo leído, así que supuse que era un acto fundamental para que mi perfil estuviese completo.

Luego un profesor de literatura que admiraba mucho, muy del arquetipo anterior, se impresionó por el hecho de que lo hubiese leído y sentí que había tomado entonces la elección correcta. Para ese momento ya había leído La inmortalidad, El libro de los amores ridículos, La lentitud, La despedida y, por supuesto, el clásico de todos los estudiantes de letras y filosofía de la época: La insoportable levedad del ser.

Aunque siempre me gustó la filosofía, estoy muy segura de que para ese entonces no había entendido nada, hasta que un día, motivada por una escala interminable en un aeropuerto, fui a la librería y encontré La ignorancia. A pesar de siempre haber tenido la costumbre de leer, pocas cosas llaman tanto mi atención como para acabarlas en un solo día. Y así fue. Luego de algunas horas había terminado el libro entero y solo podía pensar en que no sabía qué era lo que me había golpeado.

“En griego, ‘regreso’ se dice nostos. Algos significa ‘sufrimiento’. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar”, así comienza Kundera el segundo apartado de su libro. Y en las líneas siguientes logra resumir en poco espacio lo que para otros es un sentir casi inexplicable. 

La ignorancia gira en torno a dos personajes checos, Irena y Josef, que regresan a su país natal después de años de exilio en Francia, luego de la caída del régimen comunista en Checoslovaquia. Incluso antes de atravesar el exilio, algo me había tocado profundamente con este texto en particular. Aunque siempre parecía en algún libro suyo encontrar la respuesta a alguna pregunta. Lo importante siempre tarda un poco más, no fue sino hasta diez años más tarde, cuando realmente necesitaba entender algunas cosas, que no dejaba de sorprenderme la maestría con la que Kundera había logrado reflejar lo inenarrable: lo que enfrentan los inmigrantes al regresar a su tierra natal, la pérdida de la identidad, la memoria y el olvido. La utopía de la reconciliación del pasado y el presente, algo que solo comprenden quienes, como él, viven sin un lugar al cual asirse.

Es casi irónico que cercano a su muerte lograra reconciliarse con su país natal, recuperó la nacionalidad checa, de la que el régimen comunista le despojó a finales de los setenta tras instalarse en Francia, y fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura (2008) y el Premio Franz Kafka (2021).

Y es que incluso la crítica literaria Florence Noiville contaba que, los últimos años, el escritor había comenzado a “regresar” mentalmente a su país de origen, como a quien sus raíces llaman inevitablemente.

Independientemente de su historia, su ideología y sus opiniones polémicas, ese miércoles que se conoció la noticia de su muerte a los noventa y cuatro años, fue extraño pensar que Un occidente secuestrado sería lo último que leería de ese autor.

Sólo queda volver a los libros, para buscar las respuestas a las preguntas que quedaron sin resolver: 

Y ahí está el horror: el pasado del que uno se acuerda no tiene tiempo. Imposible revivir un amor como volvemos a leerlo en un libro…

Sin embargo, como bien dijo Kundera, seremos distintos, así que también serán nuevas las preguntas. Igualmente, confío en que siempre en algún libro encontraré la respuesta.

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