Entender el mundo como un sistema binario, limita. Es un reduccionismo. Vivimos en un mundo complejo y muy cambiante. Si pensamos la realidad como un sistema entre ricos y pobres, opresores y oprimidos, buenos y malos, hombres y mujeres, estamos dejando de lado la verdadera complejidad de las cosas. Es en parte gratificante reducir el problema a algo simple y con un enemigo claro. Gratificante porque moralmente nos coloca en un lugar superior en donde el problema es el otro y uno cree estar defendiendo lo bueno, lo correcto. Por otro lado, plantea soluciones que no necesariamente son las que dan el resultado esperado, porque si hay algo que no se puede controlar, son los resultados. Es la gran utopía del marxismo: creer que todos podemos tener lo mismo. Podemos defender la igualdad de oportunidades, pero lo que ocurre con eso está fuera de previsibilidad porque las personas funcionan de manera distinta; no se puede reducir la experiencia humana a una simple fórmula.
Estamos viviendo en un mundo que cada vez está más dividido, más fragmentado y en el que cada uno busca desesperadamente encajar en alguno de los pequeños imperialismos instalados. Estos se refieren a las preferencias sexuales, de género, de causas, de gustos artísticos y políticos. Funcionan como tribus con su propia lógica. Y esa lógica es la que ordena todo el resto de los comportamientos de la realidad como si tuviesen un filtro de interpretación respecto de todo lo que se ve: entiendo la realidad desde este lugar. Se instaló la idea de que todo es una construcción social, entonces depende de cómo lo vivo, cómo lo entiendo. Esto deriva del posestructuralismo, encabezado principalmente por Foucault, Derrida y Lacan, que ponen el foco en la palabra, en el lenguaje. Así, se entiende el género como algo del lenguaje y no de la biología. Para los posestructuralistas, todo se trata de la narrativa. Además, se entiende el poder como la única fuerza motivadora detrás de cualquier comportamiento humano. Esto es catastrófico para la comprensión de la historia de la humanidad. Camille Paglia dice que esta corriente ha destruido las humanidades porque le quitan el sentido histórico a las cosas.
En la actualidad, estamos evidenciando la ausencia de valores que ordenen el comportamientos de las personas. Se perdió el culto a los grandes mitos que instauraban cierto orden. Nietzsche lo había previsto con su idea de “Dios ha muerto”. Lo que dijo era consecuencia de la desolación, de creer que todo se iba a desarmar y que la gente, en vez de identificarse con un dios, se empezaría a identificar con ideologías rígidas y totalitaristas. Ahora, todo es subjetivo. Esto no es cierto y es mucho más peligroso de lo que creemos. Freud y Jung creían que no tenemos suficiente posesión de nosotros mismos como para crear valores por nuestra propia consciencia. Es necesario creer en una objetividad; no soy yo el que ordena el mundo. No se puede llegar a una realidad coherente si cada uno piensa la verdad a su manera. Para las personas que se identifican con ideologías, nada queda sin explicación. Tienen un relato teórico que lo explica todo: el pasado, el presente y el futuro.
¿Cómo estar excesivamente fragmentados en un mundo que necesita más que nunca algo que nos una? Los subgrupos manifiestan distancia, poco encuentro, diálogo precario y ninguna escucha. ¿Cómo nos entendemos? Estas tribus reafirman identidades, generan sistemas de pertenencia. Al no saber de qué agarrarse, qué creer de lo real, intentamos encajar en estos grupos de identidad para ser parte de algo porque la nada es insoportable; pareciera ser que no sabemos pensar por nosotros mismos. Si te nutrís sólo de los que piensan en tu línea narrativa y vas alimentando un discurso monopólico: ¿cuánto espacio para expandirte hay? Lo único que esto pone en evidencia es que las fragmentaciones van a estar cada vez más marcadas y distanciadas entre sí.
Estas lógicas funcionan como totalitarismos de pensamiento. Creer que uno sabe todo, llegar a ese estado de soberbia inquebrantable, te aleja de un entendimiento integral de las múltiples variables que afectan las cosas; te distancia de la posibilidad de ver. Te hace sentir que no hay nada más por aprender, que ya entendiste todo. ¿Qué tan seguro estás de comprender el funcionamiento del mundo en su totalidad? Y lo peor de todo es que esta forma de saber denuncia que el problema es el otro. El sistema, el hombre, los ricos explotadores. Esto promueve un comportamiento de victimización problemático. Por muchas décadas, se ha instalado la idea de que la sociedad nos debe, de que tenemos derechos. Si mi malestar es consecuencia del otro, ¿cómo sigo? Pareciera ser que el objetivo es que el otro se modifique y tenga compasión por mi existencia, y hasta que eso ocurra mis acciones van a ser de queja y denuncia. Este tipo de teorías resulta atractiva a gente muy inteligente pero vaga. Es atractiva porque es simple, fácil e incluye una ilusión de maestría.
Jordan B Peterson dice en su libro Beyond Order (2021) que es psicológicamente mas apropiado y menos dañino a la sociedad asumir que uno es el enemigo. Son nuestras debilidades e insuficiencias las que dañan el mundo. Hay que dejar ir la grandeza y la moral de un grupo creyendo que los enemigos son los que están alrededor. Es importante conceptualizar los problemas en las escalas en las que los podemos resolver y no culpabilizando al otro, sino encarándolos de manera personal y al mismo tiempo tomando responsabilidad por las consecuencias.